21
Jean se encontró con Ursula en la cafetería de Marks & Spencer.
Ursula partió la galletita encima del capuchino para que las migas no cayeran sobre la mesa.
—En realidad yo no tendría que saber nada sobre eso.
—Ya lo sé —repuso Jean—, pero sí lo sabes. Y necesito consejo.
En realidad no necesitaba consejo. No de Ursula. Ursula era de las que sólo decían sí o no (había recorrido el Museo Picasso diciendo exactamente eso: «Sí… no… no… sí», como si decidiera cuáles quedarse para su sala de estar). Pero Jean tenía que hablar con alguien.
—Adelante, pues —dijo Ursula comiéndose la mitad de la galleta.
—David viene a cenar. George lo invitó. Nos lo encontramos en el funeral de Bob Green. David no pudo negarse, en realidad.
—Bueno… —Ursula extendió las manos sobre la mesa como si desplegara un mapa enorme.
Y eso era lo que a Jean le gustaba de Ursula. Nada la hacía inmutarse. Se había fumado un cigarrillo de marihuana con su hija («me mareé y luego vomité»). Y, de hecho, un hombre había tratado de atracarlas en París. Ursula lo regañó como si fuese un perro malo y el tipo se batió en retirada a toda velocidad. Aunque al pensarlo después, a Jean le pareció posible que estuviese simplemente mendigando o preguntando cómo ir a algún sitio.
—En realidad no veo el problema —repuso Ursula.
—Oh, vamos —dijo Jean.
—No planeas ponerte muy acaramelada con los dos, ¿no? —Ursula se comió la segunda mitad de la galleta—. Es obvio que te sentirías violenta. Pero, francamente, si no puedes vivir con pequeñas situaciones violentas no deberías haberte embarcado en realidad en esa clase de aventura.
Ursula tenía razón. Pero Jean volvió al coche sintiéndose inquieta. Por supuesto que la cena iría bien. Habían sobrevivido a cenas mucho más violentas. Aquella espantosa velada con los Ferguson, por ejemplo, cuando descubrió que George estaba en el baño oyendo el criquet por la radio.
Lo que a Jean no le gustaba era la forma en que todo se estaba volviendo más impreciso y enrevesado, y que se le estuviera yendo lentamente de las manos.
Detuvo el coche en la esquina de la casa de David sabiendo que tenía que disculparse con él por la invitación de George, o regañarlo por haberla aceptado, o hacer alguna tercera cosa que no acababa de tener clara.
Pero David acababa de hablar por teléfono con su hija.
Su nieto iba a ser ingresado en el hospital para someterse a una operación. David quería ir a Manchester para ayudar. Pero Mina había llegado primero. De manera que lo más amable que podía hacer era mantener las distancias. Lo que Mina aportaría sin duda como una prueba más de que como padre era un desastre.
Y Jean se percató de que todo el mundo tenía una vida complicada. Excepto Ursula, quizá. Y George. Y si ibas a tener alguna clase de aventura iba a resultarte violenta de cuando en cuando.
De manera que rodeó a David y se abrazaron y se dio cuenta entonces de que ésa era la tercera cosa que no había acabado de tener clara. Eso era lo que hacía que todo estuviese bien.