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Katie se sentía como si la hubiesen estrujado.
Una esperaba que las crisis resolvieran las cosas, que revelaran su verdadera dimensión. Pero no era así. Cuando habían llegado a Peterborough había imaginado que se quedarían unos días, una semana quizá, sólo ella y Jacob. Que tendría vigilado a papá y se aseguraría de que no planeaba rebanarse algo más. Que le echaría una mano a mamá. Que sería una buena hija y expiaría la culpa por haber desaparecido la última vez.
Pero cuando papá volvió con Ray y les dijo a todos que podían irse a casa, se sintió aliviada. Un día más en aquella casa e iban a matarse unos a otros.
La silla de ruedas la impresionó, pero a su padre se lo veía extrañamente optimista. Hasta mamá parecía más interesada en cuidar de él por sí sola que en compartir la casa con sus hijos.
Cuando se iban, Katie se armó de valor y se disculpó.
Su madre dijo:
—Olvidémoslo y ya está, ¿de acuerdo?
Y su padre sobrecompensó la cosa diciendo:
—Gracias por venir. Ha sido estupendo veros —pese a que era la primera vez que había estado realmente despierto en su presencia.
Lo cual le recordó a Jacob que no le había dado al abuelito sus pastillas de chocolate. De manera que Ray salió y sacó el envase de la guantera y su padre hizo el gran alarde de abrirlas y comerse un par y declarar que estaban deliciosas pese al hecho de que la calefacción del coche parecía haberlas convertido en una especie de gachas marrones.
Se dirigieron a sus coches y se marcharon y Ray y Jacob jugaron a veo-veo durante media hora y Katie se encontró con que deseaba de verdad volver a la casa de la que tan desesperadamente deseara salir hacía sólo unos días.
Cuando llegaron, Ray y Jacob montaron el tren en el suelo de la sala de estar mientras ella preparaba la cena. Luego bañó a Jacob y Ray lo acostó.
Ninguno de los dos tuvo fuerzas para discutir y se pasaron los días siguientes interpretando el papel de padres conscientes de sus deberes para no inquietar a Jacob. Y Katie vio cómo se convertían poco a poco en las personas que fingían ser, y cómo el problema que se suponía debían resolver iba quedando relegado al fondo, con los dos convertidos en un equipo cuya tarea era criar a un niño y llevar una casa pese al hecho de que no tuviesen nada en común, conversando sobre lo que hacía falta comprar en Tesco y qué iban a hacer el fin de semana, yéndose a la cama y apagando la luz y volviéndose de costado de espaldas al otro y tratando de no soñar con las vidas que podrían haber llevado.