93

En otras circunstancias George podría haberse suicidado. Llevaba dos noches soñando con lo de ahogarse en Peterborough, y en su sueño el río lo llamaba de la forma en que lo llamaría una inmensa cama de plumas, e incluso en el sueño daba miedo lo mucho que deseaba soltarse y hundirse en el frío y la oscuridad y que todo se acabara para siempre. Pero ahora sólo quedaban seis días para la boda y sería muy poco caballeroso hacerle algo así a su hija.

De modo que tenía que encontrar una manera de ir pasando los días hasta que llegara el momento en que fuera aceptable hacer algo drástico sin amargar el ambiente de celebración. Sería sin duda algún tiempo después de que Katie y Ray hubiesen vuelto de la luna de miel.

Asumió, después de examinarse en el espejo, que sufriría alguna clase de fallo en un órgano. Parecía inconcebible que el cuerpo humano pudiese sobrevivir a la presión creada por esa clase de pánico sostenido sin que algo se desgarrara o dejase de funcionar. Y al principio ése había sido otro miedo que añadir a sus demás miedos, al cáncer, a volverse loco sin remedio, o a desplomarse ante los invitados de la boda. Pero al cabo de veinticuatro horas estaba deseando que ocurriera. Un derrame cerebral. Un infarto. Lo que fuera. En realidad no le importaba si sobrevivía o no, siempre y cuando lo dejara inconsciente y lo eximiera de sus responsabilidades.

No podía dormir. En cuanto se tumbaba sentía cómo le mutaba la piel bajo la ropa. Yacía inmóvil, esperando a que Jean se hubiese dormido, y entonces se levantaba de la cama, tomaba más codeína y se servía un whisky. Veía los extraños programas que daban por la tele de madrugada. Documentales de la universidad a distancia sobre glaciares. Películas en blanco y negro de los años cuarenta. Noticias sobre agricultura. George lloraba y recorría en círculos la moqueta de la salita.

Al día siguiente salía al estudio e inventaba inútiles tareas con que cansarse y ocupar la mente (había dos hombres instalando la moqueta nueva en la casa). Lijar marcos de ventana. Barrer el suelo de cemento. Mover los ladrillos sobrantes, uno por uno, al otro extremo del estudio. Hacer una serie de pequeñas construcciones al estilo Stonehenge.

Comer le estaba suponiendo enormes problemas. Un par de cucharadas y sentía el estómago revuelto, como le pasaba en un ferry con mal tiempo. Se obligó a tragarse una tostada con un poco de mantequilla para tranquilizar a Jean y tuvo que subir a vomitar al baño.

Empezó a volverse loco a la mitad del segundo día. Se levantó de la mesa del comedor al acabar, dejando el postre intacto, y dijo que tenía que ir a algún sitio. No sabía con exactitud adónde tenía que ir. Recordaba haber salido de la casa por la puerta principal. Después no se acordaba de nada durante un espacio de tiempo considerable. Tenía la mente llena de ruido blanco, no muy distinto al ruido blanco de la televisión cuando no conseguía sintonizar un canal en particular, pero a mayor volumen y bastante más insistente. No era agradable, pero era mejor que inclinarse sobre la taza del váter mientras devolvía la tostada, o quedarse en la cama sintiendo cómo se multiplicaban y fusionaban las lesiones.

Es posible que cogiera un autobús. Aunque no tenía el recuerdo concreto de haber estado en un autobús.

Cuando volvió en sí estaba de pie en la consulta del médico, ante el mostrador de recepción. Una mujer sentada ante la pantalla de un ordenador estaba diciendo:

—¿En qué puedo ayudarlo? —su tono de voz sugería que lo había preguntado ya varias veces.

La mujer se inclinó y repitió la pregunta, pero más despacio y con mayor suavidad, como hace uno cuando se da cuenta de que la persona a la que se dirige no está haciéndole perder el tiempo sino que padece un auténtico problema mental.

—Quiero ver al doctor Barghoutian.

Sí, ahora que estaba ahí le parecía buena idea. A lo mejor era por eso por lo que había llegado hasta allí.

—¿Tiene usted hora con él?

—No lo creo —contestó George.

—Me temo que el doctor Barghoutian tiene todas las horas ocupadas hoy. Si es urgente podría ver usted a otro médico.

—Quiero ver al doctor Barghoutian.

—Lo siento. El doctor Barghoutian está viendo a otros pacientes.

George no consiguió recordar las palabras que se utilizaban para mostrar un educado desacuerdo con alguien.

—Quiero ver al doctor Barghoutian.

—Lo siento muchísimo, pero…

El trayecto hasta la consulta claramente había consumido las energías de George (quizá había ido andando). No tenía ni idea de qué pretendía decirle al doctor Barghoutian, pero su ser entero parecía haber estado concentrado en entrar en esa pequeña habitación. Ahora que eso resultaba imposible, simplemente no podía concebir qué debería hacer en su lugar. Se sentía muy solo y tenía mucho frío (tenía la ropa mojada; quizá ahí fuera llovía). Se agachó para hacerse un ovillo en el suelo, en el ángulo entre la moqueta y el panel de madera del mostrador de recepción, y llorar un poco.

Se abrazó las rodillas. No iba a volver a moverse. Iba a quedarse allí para siempre.

Alguien le puso una manta encima. O eso o soñó que alguien le ponía una manta encima.

Recordó haber leído, en algún sitio, que poco antes de morirte de frío te sentías calentito y cómodo y que ése era un indicio de que el fin estaba cerca.

Sólo que el fin no estaba cerca. Y no iba a quedarse en ese sitio para siempre porque alguien le estaba diciendo:

—¿Señor Hall…? ¿Señor Hall…? —y cuando abrió los ojos se encontró mirando al doctor Barghoutian, que estaba en cuclillas ante él, y George había estado tan lejos que tardó varios segundos en averiguar de quién se trataba, y el porqué de que el doctor Barghoutian estuviese allí también.

Lo ayudaron a ponerse de pie y a recorrer el pasillo hasta la consulta del doctor Barghoutian, donde lo sentaron en una silla.

Pasó varios minutos sin poder hablar. El doctor Barghoutian no pareció demasiado preocupado; simplemente se reclinó en su asiento y dijo:

—Cuando esté listo.

George se armó de valor y empezó a hablar. Cualquier otro día lo habría preocupado su incapacidad para formar frases, pero ya no le importaba nada. Sonó como un hombre que llegara arrastrándose a un oasis en unos dibujos animados.

—Tengo cáncer… Muriendo… Muy asustado… Boda de mi hija…

El doctor Barghoutian lo dejó seguir durante un tiempo. La presión en la cabeza de George cedió un poco y empezó a recuperar la sintaxis.

—Quiero ir a un hospital… Quiero ir a un hospital psiquiátrico… Por favor… Necesito que cuiden de mí… Un sitio en que esté a salvo…

El doctor Barghoutian permitió que se detuviera.

—Asumo que esa boda se celebra el sábado.

George asintió con la cabeza.

El doctor Barghoutian se dio un par de golpecitos con el lápiz contra los dientes.

—Bien. He aquí lo que vamos a hacer.

George se sintió mejor al oírle decir esas palabras.

—Va a venir a verme otra vez el lunes por la mañana.

George se sintió bastante peor.

—Le concertaré una cita con un dermatólogo. Y si todavía siente ansiedad nos ocuparemos de conseguirle ayuda psiquiátrica de más peso.

George volvió a sentirse un poco mejor.

—Entretanto, voy a recetarle un poco de Valium, ¿de acuerdo? Tómese los que necesite, aunque le sugiero que se mantenga alejado del champán durante la boda. A menos que quiera acabar debajo de una mesa.

El doctor Barghoutian le extendió la receta.

—Bueno. Tengo la profunda sospecha de que va a sentirse mucho más tranquilo la próxima vez que nos veamos. Si no es así, haremos algo al respecto.

No era la solución que George había esperado. Pero la idea de otro encuentro el lunes y la promesa de ayuda psiquiátrica de mayor peso lo dejaron más tranquilo.

Encontraría alguna forma de evitar al dermatólogo.

—Ahora, ¿qué le parece volver a casa? ¿Le gustaría que la recepcionista llamase a su esposa para que venga a buscarlo?

La idea de que llamaran a Jean para decirle que había sufrido un colapso en la consulta del médico le hizo recobrar el juicio con mayor brusquedad que todo lo demás.

—No. De verdad. Estaré bien.

Le dio las gracias al doctor Barghoutian y se levantó, y se percató de que en efecto estaba envuelto en una ligera manta verde.

—A las diez. El lunes por la mañana —dijo el doctor Barghoutian tendiéndole la receta—. Haré que la recepcionista lo anote en la agenda. Y asegúrese de pasar por la farmacia a buscar esto antes de llegar a casa.

Salió de la consulta y cruzó la calle para entrar en Boots, donde examinó el dibujo de las baldosas para evitar el contacto visual con los folletos. Hizo tres circuitos del parque, recogió su receta, se zampó dos Valium y cogió un taxi para ir a casa.

Se había preguntado qué le contaría a Jean sobre esa excursión no planeada, pero cuando entró en la casa vio una pequeña mochila de Spiderman en el recibidor y comprendió que Katie había llegado con Jacob para supervisar los últimos preparativos, y cuando los tres entraron procedentes del jardín Jean no pareció desconcertada ante la noticia de que había salido a dar un largo paseo y había perdido la noción del tiempo.

Jacob exclamó:

—Abuelito, abuelito, a ver si me pillas.

Pero George no estaba de humor para andar persiguiendo niños.

—Quizá podríamos jugar a algo más tranquilo después —propuso, y se dio cuenta de que lo decía en serio. Estaba claro que el Valium estaba haciendo efecto. Un hecho que se vio confirmado cuando se fue al piso de arriba y cayó en un sueño profundo en la cama.

Un pequeño inconveniente
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
agradecimiento.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Section0118.xhtml
Section0119.xhtml
Section0120.xhtml
Section0121.xhtml
Section0122.xhtml
Section0123.xhtml
Section0124.xhtml
Section0125.xhtml
Section0126.xhtml
Section0127.xhtml
Section0128.xhtml
Section0129.xhtml
Section0130.xhtml
Section0131.xhtml
Section0132.xhtml
Section0133.xhtml
Section0134.xhtml
Section0135.xhtml
Section0136.xhtml
Section0137.xhtml
Section0138.xhtml
Section0139.xhtml
Section0140.xhtml
Section0141.xhtml
Section0142.xhtml
Section0143.xhtml
Section0144.xhtml
autor.xhtml