131
Jamie se acicaló y bajó, cruzando los dedos y confiando en que su padre recordara las instrucciones.
Tenía que hablar con Ed.
¿Qué podría decir Ed? ¿Que el padre de Katie no andaba muy fino? Quizá no hacía falta decir nada. «Al padre de Katie le gustaría proponer un brindis.» Cuanto menos se dijera, antes se resolvería. Más valía ser lo más leales posible a la verdad.
Se abrió paso por la casa buscando a Ed, pensando en cómo le habría gustado que Tony estuviera allí para poder hablar sin pensar en qué estaba diciendo o a quién se lo estaba diciendo. Y la imagen de Tony era tan vívida en su mente que cuando salió por la puerta y vio a Tony entrar por el portón al fondo del jardín le pareció lo más natural del mundo.
Se detuvo en seco. Tony se detuvo en seco.
Tony llevaba los Levi’s y aquella camisa azul de flores tan bonita y una chaqueta de ante que Jamie no le había visto nunca. Estaba un poco más delgado y varios tonos más tostado. Estaba guapísimo, joder.
Y entonces lo asimiló. Tony estaba ahí. En la boda.
Y la multitud pareció abrirse en dos como el Mar Rojo y Jamie y Tony se miraron a través de un largo pasillo de invitados. O quizá tan sólo le dio esa sensación.
Jamie deseó echar a correr. Pero Tony ya no era su novio. No se habían hablado desde aquel horrible encuentro nocturno en el portal de casa de Tony.
Pero estaba ahí. Lo que debía de significar…
Jamie estaba corriendo. O en cualquier caso caminando deprisa. E incluso mientras lo hacía advirtió que era un instante de culebrón, pero no le importó y sintió el corazón henchido de alegría en el pecho.
Y entonces estaban uno en brazos del otro y la boca de Tony sabía a chicle de menta y tabaco y Jamie vio la cámara girar hacia ellos y sintió los músculos de la espalda de Tony bajo la mano y olió el nuevo gel de baño que había empezado a usar y deseó verlo desnudo y fue como volver a casa después de mil años y en el silencio en torno a ellos oyó decir a una mujer:
—Bueno, esto sí que no me lo esperaba.