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Cuando Jamie llegó a casa del trabajo al día siguiente, su soltería le pareció por fin una oportunidad más que un desafío. Puso algo de U2, subió el volumen, se preparó una taza de té para calmarse y se planchó los pantalones.
Una vez listos los pantalones, entró en el cuarto de baño y se duchó, deteniéndose después de haberse lavado el pelo a hacerse una rápida paja, imaginándose a un tío canadiense alto, de bíceps llenos de venitas y con vello rubio rematado por una V en la parte baja de la espalda, que entró como si tal cosa en el baño del refugio de esquí, dejó caer la esponjosa toalla blanca, entró en la cabina de ducha, se agachó, se metió la polla de Jamie en la boca y le deslizó un dedo en el culo.
Cuando se estaba quedando dormido al cabo de una hora más o menos, después de haber leído un artículo sobre la epilepsia en el Observer, se sintió como si estuviera embarcándose en una nueva vida.