82
Katie acababa de lavar los platos.
Jacob se había ido a la cama. Y Ray estaba sentado a la mesa de la cocina poniéndole pilas nuevas al teléfono inalámbrico. Katie se dio la vuelta y se apoyó contra el fregadero, secándose las manos en un trapo.
Ray colocó la parte trasera del teléfono en su sitio con un chasquido.
—Tenemos que hacer algo.
—Ya lo sé —contestó ella, y la hizo sentir bien estar por fin hablando del tema en lugar de criticando los turnos en la guardería y la falta de bolsitas de té.
—No me importa cómo lo solucionemos —balanceó la silla sobre las patas de atrás e insertó el teléfono en su soporte—. Siempre y cuando no implique acercarse a tu familia.
Durante una fracción de segundo Katie se preguntó si debería ofenderse. Pero no pudo hacerlo porque Ray tenía razón: se habían comportado de forma horrible. De repente le pareció divertido y se percató de que se estaba riendo.
—Siento haberte hecho pasar por todo eso.
—Fue… educativo —admitió Ray.
Katie no supo por su expresión si le divertía o no, de manera que dejó de reír.
—Le dije a tu padre que me parecía la persona más cuerda de la familia entera —Ray puso de pie una de las pilas usadas—. Creo que lo asusté un poco —colocó la otra pila de pie junto a la primera—. Confío en que esté bien.
—Crucemos los dedos.
—Jamie es un tipo decente —opinó Ray.
—Ajá.
—Tuvimos una buena charla. En el jardín.
—¿Sobre qué? —quiso saber Katie.
—Sobre tú y yo. Sobre él y Tony.
—Uyuyuy —le pareció un poco arriesgado pedirle detalles.
—Siempre había pensado, ya sabes, que siendo gay sería más raro.
—Probablemente vale más que no le digas eso a Jamie.
Ray alzó la vista para mirarla.
—Puede que sea estúpido. Pero no soy tan estúpido.
—Lo siento. No pretendía…
—Tú, ven aquí —dijo Ray. Empujó la silla hacia atrás.
Katie fue y se sentó en su regazo y él la rodeó con los brazos y con eso bastó. Fue como si el mundo se hubiese puesto del revés.
Era ahí donde se suponía que debía estar.
Sintió relajarse todos los músculos de su cuerpo. Le tocó la cara a Ray.
—Me he portado fatal contigo.
—Has estado horrible —dijo Ray—. Pero te sigo queriendo.
—Tan sólo abrázame.
Ray la atrajo hacia sí y ella enterró la cara en su hombro y lloró.
—No pasa nada —la consoló él, frotándole suavemente la espalda—. No pasa nada.
¿Cómo había podido estar tan ciega? Ray había visto a su familia en su peor momento y se lo había tomado de buen talante. Incluso cuando se había anulado la boda.
Pero él no había cambiado. Era la misma persona que había sido siempre. La persona más amable, digna de confianza y más honesta que había conocido en su vida.
Ésa era su familia. Ray y Jacob.
Se sintió estúpida y aliviada y culpable y feliz y triste y un poco temblorosa por sentir tantas cosas al mismo tiempo.
—Te quiero.
—Tranquila —dijo Ray—. No hace falta que lo digas.
—No. Lo digo en serio. De verdad te quiero.
—No digamos nada durante un rato, ¿vale? Todo se complica demasiado cuando discutimos.
—Yo no estoy discutiendo —soltó Katie.
Él le levantó la cabeza y le puso un dedo en los labios para impedir que hablara y la besó. Era la primera vez que se besaban de verdad en semanas.
Ray la hizo subir e hicieron el amor hasta que Jacob tuvo una pesadilla sobre un perro azul furioso y tuvieron que parar con cierta precipitación.