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George observó la sala a su alrededor y sintió un extraño cariño hacia toda esa gente.
No era algo que soliera sentir en las reuniones familiares.
Le oprimió la mano a Jean. Estaba enamorado de su esposa. Eso le hacía sentir una calidez interior.
Todo iba a ser distinto a partir de ahora.
En cualquier caso, ¿qué tenía de terrorífico la muerte? A todo el mundo le llegaba tarde o temprano. Era parte de la vida. Como irse a dormir, pero sin el despertar.
Y ahí estaba Jamie, que llegaba tarde como solían hacer los hijos.
Jamie era homosexual. ¿Y qué tenía eso de malo? Nada en absoluto. Siempre y cuando uno fuera higiénico.
Y ahí estaba su marido junto a él. Su novio. Su compañero. Como fuera que se dijese. Se lo preguntaría después a Jamie.
No. Ése era el hombre que empujaba la silla de ruedas de la muchacha lisiada, ¿no? Regordete. Despeinado. Con barba. Estaba claro que no era homosexual, ahora que George lo pensaba.
Hasta Douglas y Maureen estaban bien, en realidad. Un poco vulgares. Un poco llamativos. Pero todo el mundo tenía sus defectos.
Y mira por dónde, había luces fluorescentes en la habitación, lo que significaba que si extendías la mano y la agitabas de un lado a otro a la frecuencia correcta podías hacer que pareciera que tenías seis dedos. ¿A que era extraño? Como hacer girar una rueda de bicicleta para que diera la sensación de que no se movía.