CAPÍTULO 39

Libro cerrado

PIEZAS QUE BUSCAN SU LUGAR

Abrí el archivo del diario en mi teléfono móvil, seleccioné la última frase leída, la copié en un archivo aparte y se la envié a su teléfono.

—Ahí tienes tu solución.

Luca recibió mi mensaje y se apresuró a leerlo con expresión asombrada.

—«Abro mis ojos a la blanca niebla, y mis conocimientos a mi hermano. No soy ombligo de mi mundo, ni número alguno».

Parpadeó repetidamente y se frotó los ojos genuinamente asombrado.

—¡Dios mío, tiene sentido! Blanco, hermano, ombligo y números…, esto es realmente asombroso. Pero…

Se interrumpió y permaneció pensativo con expresión concentrada.

—Pero ¿qué?

—Es la oración ritual de la sociedad, y eso confirma que Zanetti es otro peón, todos lo somos. Sin embargo, entre todos ellos hay un falso peón que es quien realmente maneja los hilos. Tenemos que averiguar quién es.

—Ese trabajo es tuyo —proferí resentida—, yo no sé dónde estoy metida ni lo que se supone que tengo que recordar. Tú, que pareces jugar a dos bandas, lo tienes más fácil.

Luca me fulminó con la mirada, frunció el ceño molesto y sus labios parecieron fundirse en una línea blanquecina, como si asimilara mi reproche con esforzada resignación.

—Yo no he tenido nada fácil en mi vida —barbotó tirante.

—Al parecer, las mujeres no se te dan mal.

—Ni que me tiren dardos tampoco.

Sostuve su mirada airada, preguntándome por qué lo atacaba, por qué no era capaz de reprimir mi rencor y esa sensación de vagar a la deriva, completamente perdida, sintiéndome inútil y manipulada. Y, a pesar de haberle dado tiempo, no podía evitar cargar contra él.

—Disculpa, todavía intento asimilar que solo soy una pieza más, una que, encima, debe permanecer en un rincón pasiva y obediente.

Luca me observó con semblante sombrío.

—No una más, sino la principal —puntualizó enigmático.

—Pues me siento la jodida pieza del revés, la que no encaja por mucho que os esforcéis. Creo sinceramente que os equivocáis conmigo, yo no sé nada de esto, y que sea la última descendiente de Alonza y comparta una estúpida inicial no significa nada.

Asintió ligeramente, su rostro se aseveró y su ceño se acentuó remarcando un rictus disgustado que invocaba paciencia. Aquello me aguijoneó todavía más.

—Llamaré a Zanetti para concertar una cita esta misma noche —decidió apuntando la frase en un papel que introdujo en un sobre e ignorando mi último comentario—. Necesitamos ese colgante cuanto antes. Siento que el círculo comienza a cerrarse a nuestro alrededor. Tenemos que partir hacia Poveglia enseguida. No tardarán en venir en busca de Stefano y de la lista de miembros que hay en el cilindro que buscan.

—En el cilindro había otros dos documentos. ¿Por qué presupones que es la lista lo que buscan? Si tienen notas del diario, imagino que saben quiénes eran los miembros de la sociedad en aquella época igual que nosotros. Y tampoco entiendo que no conozcan esa frase sagrada si tanto Zanetti como Piero Rizzoli pertenecen a la orden. De hecho…, dijiste que tú también fuiste miembro.

Clavé en él una ácida mirada recelosa, rompiendo de nuevo la promesa de esperar respuestas.

Luca resopló paciente y me dedicó una mirada comprensiva, aunque fue perceptible la incomodidad que lo dominaba.

—Lo único que encierra esa lista que pueden desear es una pista, no los nombres que hay en ella. Recuerda la frase que estaba escrita en el reverso del pergamino, en la esquina inferior izquierda.

—«Flores frescas sobre su tumba y un secreto bajo ella» —musité intrigada.

—Exacto. He estado investigando al respecto, y creo que está relacionada con uno de los miembros. Así que estoy buscando toda la información disponible sobre ellos por si encuentro algo que haga referencia de algún modo a esa frase. —Hizo una pausa para consultar en la pantalla de su ordenador la biografía de Johann Georg Wirsung, el profesor de anatomía de Lanzo—. Voy tachando la lista cuando no encuentro nada.

A continuación, levantó la vista hacia mí y se frotó la incipiente barba que ya sombreaba su duro mentón, confiriéndole un aspecto pendenciero que sumaba atractivo a su rostro.

—Respecto al hecho de que no conozcan los votos de aquella época, evidentemente es porque se perdieron en el tiempo. Lo que ahora tengo que descubrir es quién hizo los acertijos, porque es evidente que conocía la frase ritual. Aunque tengo la sospecha de quién pudo formularlos, enmascarando el lema de la sociedad.

—¿Quién?

—Piero Rizzoli. Seguramente no estaba de acuerdo con los planes de la sociedad y quiso proteger aquel legado cifrándolo.

—Es posible.

Cogió su teléfono y comenzó a marcar un número.

Me senté a su lado y examiné sus apuntes mientras escuchaba el tono de llamada.

—¿Dígame?

—Soy Luca. Tengo la solución.

Se hizo un silencio seguido de una exhalación admirada.

—Es usted asombroso, señor Vandelli.

—En realidad, el mérito es de Alessia —confesó dedicándome una gentil reverencia y guiñándome un ojo.

—Una mujer con muchas virtudes, por lo que parece.

—Son las más peligrosas —profirió Luca burlón, sonriéndome de medio lado.

—Sin duda —concordó la rasgada voz del anciano—. Hará bien en protegerse, aunque mucho me temo que ya está perdido.

—Muy perdido —confesó él con una mirada que me secó la garganta.

—¿Cuándo le viene bien que nos encontremos?

—Esta noche, si es posible —repuso Luca—, elija el sitio y la hora.

—¿Le importa que sea en mi casa? No suelo salir de noche, tengo por costumbre acostarme temprano. Los espero sobre las nueve, ya sabe la dirección…, ¿o la ha olvidado?

Luca formó una mueca disgustada que borró de inmediato y chasqueó la lengua antes de añadir algo más.

—Yo no olvido nada, señor Zanetti. Allí estaremos.

Y colgó sin esperar más respuesta.

—Dime algo. —Se giró en su silla completamente hacia mí, acercándose. Como solía pasar, su imponente proximidad golpeaba todos mis sentidos, aturdiéndolos—. ¿Tengo cara de diana?

Sonreí ante su expresión ofuscada y acaricié su rasposa barba.

—No, ahora mismo tienes cara de maleante.

Alzó la comisura del labio al tiempo que arqueaba la ceja mordaz.

—Parezco tan peligroso como tú.

Inclinó la cabeza como un puma tanteando a su presa.

—Ni lo parezco ni lo soy.

—Ya has oído al señor Zanetti —ronroneó atrapando mi atención sobre su boca.

—Sigo enfadada.

—Y yo hambriento.

Acercó su boca a la mía y la rozó dejando escapar un gruñido ronco.

—Nena, consigues que me olvide del mundo.

Y él me hacía levitar, pensé, intentando resistirme a sus endiablados encantos.

En ese instante sonó el teléfono de Luca, rompiendo con su molesto zumbido el hechizo que nos atrapaba en aquella burbuja atemporal.

Gruñó molesto, esgrimiendo una sonrisa de disculpa.

—¿Diga?

Pegué mi oído al aparato.

—Soy yo, Luca.

—Hola, Sofia.

Me lanzó una fugaz mirada inquieta pero no se retiró, permitiéndome escuchar la conversación.

—Solo quería recordarte que estamos juntos en esto. Ya sé que has encontrado la solución y que esta noche tendrás el colgante. Espero por el bien de todos que, cuando tengas la ubicación del tesoro, seas tú quien me avise. Yo ya tengo preparado un equipo de excavación y el acceso a la isla.

—Entendido —se limitó a murmurar él.

—También quiero decirte que sigo muy furiosa contigo.

—Está claro que hoy no es mi día —profirió tras un resoplido.

—No te burles, Luca. Accedí a ayudarte con tu plan y tú me la juegas guardándote un as en la manga. Ese maldito cilindro es propiedad de la orden y lo sabes, y lo quiero.

—De que lo quieres no tengo ninguna duda, por eso has mandado a tus secuaces por él.

Hubo un silencio tenso, oímos un desvaído susurro sofocado y supuse que había cubierto el auricular con la mano.

—¿Te topaste con Stefano?

—Él se topó conmigo.

—¿Qué demonios ha ocurrido?

—Que la que me has traicionado has sido tú, Sofia. Has incumplido dos de las tres condiciones que te puse. En cuanto a la tercera, es inamovible, y te juro que, como se te ocurra quebrantarla, yo mismo me encargaré de destruir todo lo que tenga que ver con la orden. Y otra cosa, tengo a Stefano y a Loretta amordazados en mi tienda, haz algo de provecho y recoge tu basura.

Otro silencio, la respiración de la mujer se agitó.

—No sé a qué juegas con ella, Luca, pero te estás equivocando: ese incendio borró todos sus recuerdos.

Él me miró entonces frunciendo el ceño y la gravedad de su semblante acentuó mi creciente malestar. El incendio. Cerré los ojos y sentí que me faltaba el aire. Me puse en pie y me encaminé hacia la ventana.

—Ya hablamos, Sofia, estoy ocupado.

»Alessia…

—¿Cómo… sabes lo del incendio?

—Me lo contó tu abuela.

Oí sus pasos en mi dirección y alargué el brazo hacia atrás.

—No te acerques.

Ahora lo que menos necesitaba era caer presa de ese condenado influjo. Mi mente era un hervidero de pensamientos encontrados, de recuerdos dolorosos, de caos y de angustiosa desconfianza.

—¿Qué… qué tiene que ver el incendio?…, ¿qué demonios tengo que recordar?

Comencé a temblar. El miedo me acometía, la incertidumbre de no saber lo que sucedía conmigo y con mi pasado me encogió con implacable fiereza el pecho, descompasando el pulso con latidos irregulares. Sentí un agudo vértigo ante aquel recuerdo. El día que murieron mis padres.

Yo apenas contaba con doce años, y solo recordaba que mi padre regresó a casa aquel día alterado y que se encerró en su despacho toda la tarde. El incendio comenzó allí, él había estado quemando documentos y, según la investigación, uno de ellos no debió de apagarse bien en la papelera y prendió el resto. Durante la noche, el incendio creció, y cuando el humo nos despertó ya era demasiado tarde. El fuego se extendió veloz, impidiéndonos salir. Mi madre me abrazaba llorando, fue el momento en que el artesonado del techo se desplomó sobre nosotras. Ella me cubrió con su cuerpo. Eso fue lo que me salvó.

Cuando llegaron los bomberos y apagaron aquel infierno, no quedó nada de la casa. A mí me rescataron de los escombros calcinados, dijeron que había sido un milagro que alguien pudiese sobrevivir a algo así. Pasé un tiempo en el hospital y luego me fui a vivir con mi tía. Falleció al cumplir yo veinte años. Para entonces ya sabía valerme por mí misma.

Y, en aquel preciso instante, recordé que era la misma edad a la que Alonza había perdido a sus padres.

Cerré los ojos y respiré pesadamente.

—No sufro de amnesia, Luca. Recuerdo perfectamente mi niñez.

—Lo sé, lo que se ha borrado de tu mente fue lo que ocurrió aquel día, lo que provocó que tu padre quemara documentos. Tú estabas allí, en ese despacho, y tu padre te dijo algo relacionado con tu abuela, tu madre lloraba, y esa misma noche se cernió la tragedia sobre vosotros. No creo que fuera un incendio accidental.

Me giré hacia él con lágrimas en los ojos, furiosa y desorientada.

—¿Cómo… cómo puedes saber eso? Yo… solo recuerdo el abrazo de mi madre…, nada más. No, no había nadie allí para que pueda contar nada. Me parece mezquino lo que estás haciendo conmigo —acusé dolida—. Dime, ¿es otro de tus juegos? ¿Qué pretendes conseguir, maldita sea?

Tuvo el buen juicio de no acercarse y de ofrecerme una mueca compasiva.

—Te dije que todavía no era el momento.

—¡Contesta!

Me miró resignado.

—Tu abuela estaba al teléfono esa tarde contigo. Te había pedido que buscaras una carta de Alonza en el despacho de tu padre y se la leyeras. Tu madre te sorprendió y te arrebató el auricular, luego discutió fuertemente con Ornella. Ella volvió a pedirle que le entregara la carta de Alonza, tu madre se negó y entonces tu padre decidió quemar varios documentos, entre ellos, la carta. Tú estabas allí, oíste toda la discusión, tuviste aquella carta en tus manos. Tú sabes lo que pasó después, tienes guardado en tu memoria lo que ocurrió aquel fatídico día, el motivo de aquella discusión y quizá incluso lo que decía la carta.

Apreté los puños intentando controlar mis emociones.

—Y ¿por una maldita carta, por un maldito tesoro escondido, te atreves a escarbar en tan dolorosos recuerdos? ¿Qué clase de monstruo ambicioso eres? Está claro que solo fui una herramienta, tú no me quieres —sentencié devastada por mis propias palabras.

—Alessia, no pierdas los estribos, comprendo que…

—No comprendes una mierda —lo interrumpí desbordada e iracunda, pero sobre todo agotada—. Es mi vida, ¡mía!, y no pienso permitir que la uséis a vuestra jodida conveniencia. ¡No!, ¿me oyes?

—No…, no es así. A mí no me importa el tesoro, si quiero que recuerdes es por otro motivo.

—No quiero seguir escuchándote —concluí trémula y desolada.

Las lágrimas abrasaban mis ojos, y un puño implacable atenazaba mi corazón.

—No voy a insistir —murmuró afligido.

—Seguiremos juntos en esto, pero no quiero que vuelvas a acercarte a mí. Y, cuando todo acabe, descubramos lo que descubramos, yo volveré a mi casa a ordenar mi vida y olvidarme de esta pesadilla.

Pude ver en su rostro una mueca dolorosa, como si lo hubiera golpeado. No obstante, logró recomponerse para cubrirse con una máscara dura y fría.

—Como quieras —aceptó herido. La aspereza de su tono raspó mi pecho—. Iremos a tu hotel, recogerás tus cosas y nos instalaremos en casa de un amigo. Mi apartamento ya no es seguro. Cuando regresemos de Poveglia, serás libre de hacer lo que gustes, yo no te retendré.

—No podrías.

Otra mueca dolorida. Se giró rígido hacia su escritorio y comenzó a introducir papeles en una carpeta de espaldas a mí.

—Recoge tus cosas, salimos de inmediato —pronunció seco.

Asentí y salí del despacho con el pecho constreñido, sofocando los sollozos y compadeciéndome de mí misma.


Llegamos a casa de su amigo Maurizio entrada la tarde. Nos recibió risueño y cordial, y nos ofreció su casa ese fin de semana, ya que él se iba al día siguiente a Capri por negocios. Nos instalamos en habitaciones separadas y cenamos juntos los tres.

No me pasó por alto la mirada interesada que me prodigó nuestro atento anfitrión ni el cortejo que pareció iniciar conmigo ante la huraña expresión de Luca, que parecía tolerarlo solo porque sabía que Maurizio se marcharía al día siguiente.

—Entonces, ¿solo sois socios? —inquirió dirigiéndome una mirada esperanzada.

—Eso parece —masculló Luca con manifiesta hosquedad.

—En tal caso, bella Alessia, me atrevo a pedirte una cita a mi regreso.

—¿No estabas con una tal Linnia? —rezongó Luca.

—Lo dejamos —se limitó a responder él.

—¿Por?

Maurizio lo miró molesto, se llevó la copa a los labios y, cuando posó sus ojos en mí, los entornó seductor.

—No nos entendíamos. Así es la vida… Por fortuna, cuando una puerta se cierra, puede que se abra otra más hermosa.

Me sonrió alzando su copa y me encontré devolviéndole la sonrisa.

—O puede que no —subrayó Luca, claramente disgustado.

Maurizio se pasó la mano por su abundante cabello rubio en un gesto vanidoso que acompañó con una mirada sugerente. Sus ojos verdes refulgieron de promesas, suficientes y determinantes.

Era muy apuesto, pero también el tipo de hombre ególatra y superficial que dedicaba su vida a conquistar a mujeres de las que imaginaba se desprendía cuando se cansaba de ellas.

Sin embargo, y sin entender muy bien mi reacción, me encontré respondiendo a su cortejo:

—O puede que sí.

Luca me fulminó con la mirada, su faz se ensombreció tormentosa y su cuerpo se puso rígido conteniendo su impotencia. Tras apurar su copa, se levantó de la mesa y nos miró resentido, aunque su tono sonó indiferente.

—Si no os importa, voy a dar un paseo. Veo que necesitáis intimidad y, francamente, no me encuentro bien, me vendrá bien un poco de aire fresco.

Lamenté en el acto mi actitud beligerante con él.

—Luca…

—Tranquila, solo necesito ordenar mis pensamientos. Volveré a tiempo para acudir a nuestra cita con Zanetti.

Se giró y desapareció con paso resuelto y porte altivo.

Sentí un vacío tan grande ante su ausencia que Maurizio notó la desolación en mi semblante.

—Vaya, veo que esa puerta ya la abrieron.

Su mirada depredadora se volvió de pronto en una comprensiva, teñida de resignación.

—Sí —confesé, tragando la bola de inquietud que crecía en su ausencia.

Sabía que estaba dolido y que yo estaba pagando con él la frustración que sentía de manera injusta, pero no era capaz de canalizarla sin descargarla en él. Me reprendí duramente, prometiéndome alcanzar una tregua cordial, al menos hasta poder aclarar todo aquel misterio.

—Nunca lo había visto así —adujo Maurizio—, debe de estar muy colgado por ti.

Bajé la vista y respiré profundamente, procurando alejar la culpabilidad.

—¿Ha tenido muchas… novias?

—Ha salido con chicas, pero a ninguna las miraba como te mira a ti. Creo, sin temor a equivocarme, que nunca ha estado enamorado. Debes de ser muy especial.

—Él sí que lo es.

—No sé qué pasa entre vosotros, pero te diré algo, Alessia: Luca es un gran tipo, algo solitario y a veces nostálgico, pero jamás me ha fallado cuando he necesitado su ayuda. Es noble, leal y consagrado a su trabajo, y más listo que el propio diablo. No han sido pocas las que han intentado cazarlo, y él nunca se dejó echar el lazo. —Comenzó a recoger los platos y me levanté para ayudarlo—. Nos conocemos desde la universidad —prosiguió—, y mientras yo picoteaba aquí y allá con unas y con otras, él solo se centraba en sus estudios. Acabó la carrera con matrícula y, aun así, parecía que nunca se sentía feliz del todo. Había momentos en que se volvía huraño y se encerraba en sí mismo. No conoció a sus padres y jamás tuvo ningún lazo fraternal, quizá eso lo endureció demasiado, pero te aseguro, Alessia, que dentro de esa coraza se esconde un tierno y vulnerable Luca.

—Lo sé, he tenido la suerte de disfrutar esa faceta.

Maurizio alzó las cejas asombrado, luego sonrió complacido y asintió confirmando su teoría.

—Entonces no hay duda: está loco por ti.

Y yo lo sabía, por mucho que me empecinara en negármelo a causa de mi desbordada ofuscación. Su corazón no mentía, pero amar dolía en aquel momento en que sentía que toda mi vida dependía de aquel trágico día en que había perdido a mis padres. Saber que en mi mente se hallaba oculta la respuesta de aquel enigma, que por culpa de aquel secreto de Alonza mi vida se había truncado, provocaba en mí una rabia insana que emponzoñaba mi ánimo y enturbiaba mis sentidos.

—Y yo lo amo como jamás creí poder amar —confesé conteniendo duramente las lágrimas.

—Deja los platos y ve tras él. No andará lejos, imagino que estará deambulando por la plaza.

—No, debo seguir leyendo sobre el caso que nos ocupa. Él necesita ese paseo y aclarar su mente.

—Como quieras.

Entré en mi habitación y tomé entre mis manos el pesado diario. Acaricié su lomo, lo abrí y busqué la página donde me había quedado. Contuve el aliento cuando releí el lema de la orden…