CAPÍTULO 38
CONFIANDO EN EL CORAZÓN
Oí un murmullo de pasos raudos provenientes del pasillo que daba al patio. En el cristal de la puerta se dibujó una silueta masculina.
Luca irrumpió sigilosamente en el almacén. Llevaba una pistola en la mano y su semblante se veía tan fiero que me sobrecogió.
Se acercó a mí sin apartar sus ojos de la puerta que conducía a la tienda.
—Sal de aquí —susurró con firmeza.
—No voy a dejarte solo.
—Llevo un arma, no estoy solo. Y, ahora, obedece.
Clavó en mí una mirada inflexible, me cogió la mano y me condujo hasta el pasillo.
—Cierra la puerta del patio, sube al apartamento y espérame allí —ordenó categórico.
Asentí con un nudo en la garganta y atravesé el pasillo en dirección al patio. No obstante, a cada paso que daba mi angustia me obligaba a retroceder. Me detuve junto a la fuente y me giré para mirar aquella cortina de hiedra susurrante. La brisa la mecía, y aquellas ondulaciones hipnóticas me atrajeron de nuevo a ella. No podía irme sabiéndolo en peligro.
Regresé sobre mis pasos y contuve la respiración cuando oí la voz de Luca procedente de la tienda.
Discutía con Stefano en tono amenazador. Me ceñí a la pared y me asomé subrepticiamente con el pulso atronando alocado en mi sien.
—O me entregas el cilindro o la mato —amenazó Stefano.
Aferraba a Loretta contra su cuerpo y la encañonaba con una pistola. A su vez, Luca lo apuntaba con la suya.
—De acuerdo, lo tengo aquí mismo —mintió, conocedor de aquella trampa.
Comenzó a rodearlos, acercándose a una cómoda que convenientemente se encontraba muy cerca de ellos. Stefano giró en su dirección evitando darle la espalda. Luca abrió el cajón superior y sacó del interior un cilindro de metal, que evidentemente no era el mismo. El que buscaban seguía en la mesa de su despacho.
Alargó la mano para ofrecérselo, tentándolo astutamente a que se aproximara. Y, justo cuando Stefano extendía el brazo con que aprisionaba el cuello de Loretta, Luca aferró su muñeca, se la retorció y, en un habilidoso giro, se puso tras él y lo apuntó con su arma.
Loretta gritó sobresaltada y escapó de las garras de Stefano, retrocediendo asustada.
—Suelta el arma o te vuelo la tapa de los sesos —siseó Luca furioso.
Stefano obedeció raudo, lanzándola lejos, justo a los pies de Loretta, y levantó las manos en señal de rendición. En aquel preciso instante predije lo que pasaría.
Salí de mi escondite y grité advirtiendo a Luca.
Acto seguido, sonó un atronador disparo que me ensordeció, y el pánico me inundó.
Me abalancé sobre Loretta y la golpeé arrebatándole el arma. Forcejeamos hasta que una dura voz nos paralizó:
—¡Apártate, Alessia!
Luca apuntaba a Stefano y a Loretta alternativamente. Mi estómago dio un vuelco al reparar en la sangrante herida que se abría en su brazo. Aun así, no dio muestras de debilidad.
—¿Desde cuándo me traicionas, Loretta? Desde el principio, ¿verdad? Siempre has sido el peón de Stefano. Por eso conocía todos mis pasos y mis avances.
—No todo fue una mentira —alegó ella, sosteniendo altiva su acusadora mirada—. Si no la hubieras metido en tu cama, ahora todo sería diferente.
—Es a ti a quien nunca debería haberte metido —sentenció él resentido.
—Difícil empresa para un hombre como tú —intervino Stefano ladino—, todo un gigoló que usa precisamente la cama para engatusar incautas y…
—Alessia —interrumpió cortante Luca—, en el cajón superior, tras el mostrador, hay un rollo de cinta americana. Pásamela.
—Sí, corre, Alessia —se mofó Stefano regalándome un mohín desdeñoso—, obedece a tu macho alfa.
—¡Cierra la puta boca! —lo amenazó Luca cogiéndolo de las solapas de su chaqueta al tiempo que presionaba su sien con la boquilla del cañón.
—¿Crees que lo recordará todo a base de polvos, estúpido?
—¡He dicho que te calles!
Era la segunda vez que oía aquello referente a mí, y en mi interior se despertó una sensación insidiosa que me intranquilizó.
—¿De qué está hablando? —pregunté confusa.
—Solo pretende indisponerte contra mí —respondió Luca agitado—, como ya intentó hacer.
—¿Qué esperáis todos que recuerde? —insistí cada vez más desasosegada.
—¿Todos?
Luca me observó extrañado.
Stefano abrió la boca y Luca le metió el cañón entre los dientes. Su crispación aguijoneó mi desconfianza y aumentó mi malestar.
—Una palabra más y eres hombre muerto —avisó rotundo.
Comencé a marearme y miré nerviosa a mi alrededor. Necesitaba aire fresco.
—¿A mí también vas a dispararme si le digo que solo la estás utilizando para encontrar el tesoro? —profirió Loretta artera.
—No creo que dispare a mujeres despechadas —mascullé, recibiendo una mirada disgustada.
Me encaminé hacia el mostrador, saqué el rollo de cinta y se la entregué a Luca. Entre los dos, maniatamos y amordazamos a Stefano y a Loretta a unas sillas isabelinas que debían de costar una pequeña fortuna. Luego me detuve a comprobar su herida.
—Es solo un rasguño —afirmó despreocupado.
Era una brecha, la bala había rasgado la piel y, a pesar de su indiferencia, la herida parecía profunda.
Lo observé detenidamente. Todavía bullía en él una aguda inquietud que le impedía sostener mi mirada. Mi desazón aumentó.
—¿Vas a dejarlos aquí?
—Sí, ya pensaré luego qué hago con ellos.
Registró los bolsillos de Stefano y le arrebató el teléfono, hizo lo mismo con ella. Ambos lo fulminaron con la mirada.
A continuación, se metió una pistola en cada bolsillo, cogió mi mano y me llevó de regreso al patio interior. Noté en sus ademanes una evidente irritación hacia mí. Cerró la puerta y acomodó la cortina de hiedra con bruscos gestos. Cuando intentó aferrarme de nuevo la mano, me zafé molesta con su actitud.
—¿Qué demonios te pasa? —inquirí, encarándolo.
—¿Cómo has encontrado la puerta oculta? —preguntó receloso.
—Fue una simple ocurrencia que resultó ser acertada —contesté mordiente—. No tenía mucho sentido que no hubiera una entrada por la planta baja, nada más. Gracias a esa comprobación, los he descubierto. Y francamente me sorprende que esa puerta no esté cerrada con llave.
—Solía estarlo, pero no he tenido mucho tiempo de cambiar la cerradura desde que despedí a Loretta. Ella tiene las llaves, y debí de suponer que entrarían. Pero ese maldito acertijo no me está dejando muchas neuronas para ocuparlas en otras cuestiones.
Ascendimos la escalera hasta su alcoba y, una vez allí, lo detuve.
—Necesito saber algo —comencé nerviosa—. ¿Cuándo tuviste acceso al diario por primera vez?
—¿A qué viene eso ahora?
—Contesta.
—A mediados de 2011, ese año me contrató tu abuela.
Señalé la lámina que había sobre su mesilla, con las iniciales artísticamente entrelazadas.
—¿Cuándo dibujaste eso?
—No… no lo recuerdo. —Su titubeo, acompañado de una mirada esquiva, alimentó mi desasosiego.
—Maldita sea, aparece el año: lo dibujaste en 1997. Y me estoy asustando, Luca, esto no tiene ningún sentido para mí. Está claro que me ocultas algo muy importante, y mi confianza empieza a desmoronarse peligrosamente.
Inspiró hondo, su semblante se oscureció y su mirada grave me reveló que, en efecto, guardaba un secreto.
—Te lo contaré todo a su debido momento.
Intentó volver a apresar mi muñeca, pero me solté indignada.
—Empiezo a estar harta de esperar, harta de sentirme como una imbécil rodeada de desconocidos que saben lo que está ocurriendo. Harta de poner bloques de confianza que, con cada descubrimiento inesperado, se convierten en papel mojado. Acabas de apuntar y amenazar con una pistola a dos personas. Esto está cogiendo tintes muy serios y no me gusta, maldita sea. Me siento en el jodido ojo de un huracán que parece venir de todas direcciones, y tú no estás resultando ser ese refugio que pensaba; por lo que sé, hasta puedes ser tú ese huracán.
—Lo único que puedo decirte de momento es que estoy de tu lado, que no te estoy utilizando, que te quiero y que mi secreto pronto será revelado. Confía en mí, Alessia, te lo suplico, es vital que lo hagas, por mucho que los acontecimientos o los comentarios malintencionados te digan lo contrario.
Su mirada profunda, en la que derramó cuanto sentía, intentó vencer mis recelos, sin conseguirlo del todo.
—¿Qué es lo que esperáis que recuerde? Yo no sé nada de esto, solo sé que estoy metida en un embrollo infernal, y que, a todas luces, el pasado está conectado con el presente y que eso me aterra tanto como me fascina.
Se acercó a mí, componiendo una expresión indescifrable, pero su mirada fue limpia y directa.
—Escúchame bien, Alessia, tengo que resolver con urgencia el acertijo y obtener el colgante. No voy a compartir lo que descubra con ellos, pero no porque quiera nada para mí, sino por evitar que consigan sus objetivos. Debemos hacer lo mismo que no terminaron de conseguir Alonza y Carla. Digamos que de algún modo nos han pasado el testigo. Te ruego que me des tiempo, cuando vayamos a Poveglia te lo contaré todo y serás libre de condenarme o no. Confía en mí, por favor.
Su expresión suplicante suavizó mi angustia. Debía darle tiempo, ahora debíamos continuar juntos aquel tramo final de la aventura, pues sentía que el desenlace estaba muy cerca.
—De acuerdo —acepté—, pero querré todas las respuestas.
Luca soltó el aire contenido y bufó aliviado.
—Y las tendrás, te lo prometo.
Nos dirigimos de nuevo a su despacho, y él, pasándome cansado las manos por el pelo, cogió el bloc de notas donde había garabateado repetidas veces las cuatro soluciones de los acertijos independientes.
—Deja que te desinfecte la herida.
Alzó la cabeza y me dedicó una sonrisa agradecida.
—En el baño hay un botiquín —informó concentrándose de nuevo en sus papeles.
Regresé con un bote de alcohol y unas vendas.
Me dediqué a su brazo, y me admiró que solo apretara los dientes fugazmente ante la aplicación de la solución, que blanqueó los contornos de la herida. Aun así, estaba tan absorto en sus cavilaciones que apenas reparó en la cura. Vendé con mimo la brecha, pensando que necesitaba unos puntos, y la afiancé con una tira de esparadrapo.
Entonces me fijé de nuevo en las palabras, y a mi mente acudió resplandeciente la última frase del diario que había leído. Abrí los ojos desmesuradamente ante la revelación que se cernía luminosa frente a ellos.
Exhalé un gemido sorpresivo y Luca alzó la vista hacia mí.
—¿Qué ocurre?
Lo miré penetrante y boquiabierta. Su ceño se acentuó.
—¡Tengo la solución!
Su faz se estiró en una mueca atónita y miró sus papeles y a mí alternativamente, tan incrédulo como intrigado.
—¡No es posible!
—Lo es, acabo de leerla.
Agrandó estupefacto los ojos y formó una graciosa «O» con la boca.
—¿En el diario?
—Claro, ahora mismo, en el patio, antes de que me llamara Gina.
—¿Te ha llamado Gina? —barbotó turbado.
—Sí, para advertirme sobre ti.
—¡Joder! —se lamentó furioso—, soy el objetivo que hay que batir.
Bufó exasperado y puso los ojos en blanco.
—Y ¿por qué no has subido a decírmelo en lugar de rebuscar entre mi hiedra? —inquirió molesto, alzando perspicaz una ceja.
—Pensaba decírtelo —aseguré—, pero tu hiedra es muy tentadora.
Suavizó el gesto ante mi tono burlón.
Acerqué mi rostro al suyo y fijé la vista en su boca.
—Aunque lo son más tus labios —confesé en un susurro meloso.
—Nada te impide rebuscar en ellos.
Rocé mi boca con la suya y atrapé su labio inferior. Luca dejó escapar un gruñido satisfecho entreabriendo los labios e introduje mi lengua buscando la suya. Me enredé en ella, liberando en el beso todas las inquietudes que me nublaban como una pesada nube negra.
Dejé campar aquel lobo hambriento que me dominaba, más allá del temple de la contención, de la esclavitud de aquel deseo que me prensaba cuando lo tenía cerca, sumiéndome en una hipnótica bruma azul, y fui tras las huellas de aquella necesidad, ansiosa por colmarla en su boca.
Cuando me separé admiré su arrobada expresión. Todavía con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, resultaba tan sensual que me tentó besarlo de nuevo.
Abrió los párpados y me embebí de su enamorada mirada. Lo que veía no podía ser una ensoñación, ese brillo era real, esa intensidad era abrumadora. Sus sentimientos eran palpables y acariciadores, verdaderos.
—Mira dentro, Alessia —murmuró ronco—, jamás me había abierto así. Mira mi verdad, mi corazón, mi alma. Mira quién soy… Soy yo.
Aquella afirmación me estremeció visiblemente, un escalofrío recorrió mi espina dorsal erizando toda mi piel. El tono de su voz, su penetrante mirada y el anhelo que brillaba en su rostro removieron piezas desconocidas en mi interior, piezas ocultas que apenas comenzaba a vislumbrar.
Aparté turbada la mirada y me erguí inhalando una profunda bocanada de aire.
Me sentí confusa y desazonada de repente, como si algo nuevo y desconocido hubiera despertado dentro de mí, algo que me encogía el estómago y me aturdía. Sacudí la cabeza y retiré un mechón de mi rostro acomodándolo tras la oreja, como si aquel gesto cotidiano me devolviera a la realidad más rápidamente, alejando aquellas desconcertantes sensaciones.
Carraspeé para encontrar la voz y para terminar de disipar mi desasosiego. Luca observó atento mi reacción, y cuando logré recomponerme percibí desilusión en su faz. Oprimió los labios resignado y asintió para sí.
—¿Qué te dijo de mí?
Su mirada se tornó grave y su pose, rígida.
—Que fuiste a visitarla la noche que pasamos en aquel hostal —respondí resuelta a no dejar más cabos sueltos entre nosotros, al menos por mi parte—. Que te acompañaba Sofia Rizzoli y que le pediste que os dejara escenificar una serie de pistas para que yo recordara algo.
Cerró lentamente los ojos y resopló ofuscado.
—Vaya con Gina… —se limitó a mascullar en tono irritado.
—¿Es cuanto se te ocurre decir? —increpé, sintiendo que se me aceleraba el pulso—. Pues no resulta muy alentador.
—Está claro que está con ellos —rezongó escueto.
—¿Quiere decir eso que no es verdad? —insistí de forma incisiva.
—Quiere decir que buscan alejarte de mí.
Tomé aire en busca de paciencia, sus respuestas imprecisas me alteraron.
—¿Por qué estás tan esquivo? —acusé disgustada—. ¿Acaso no ves que tu actitud les está dando la razón?
Se pasó la mano por el pelo y me clavó una mirada nerviosa. A sus ojos asomó un incipiente fulgor indignado que comenzó a crecer a falta de respuestas que darme.
—La razón… Me abro a ti, y no ves nada, ¡sigues ciega, maldita sea!, y la frustración me desgasta —profirió alzando la voz—. No…, no sé ya ni qué decirte. Quieres argumentos, respuestas concisas, todo me acusa y yo no me defiendo como debería, pues vamos a culparlo, ¿no? Así todo es más fácil. Adelante, hazlo, mándame al carajo si es lo que te nace hacer.
Mis mejillas ardían y mi ánimo comenzó a ser beligerante.
—Quiero la verdad, es cuanto pido y creo que merezco. Te estoy dando tiempo para revelarme en qué demonios estoy metida. No te haces idea de la cantidad de preguntas que me atormentan, y que aparto porque te quiero. Solo deseo saber si todo esto es una descomunal pantomima para enredarme en un juego infernal que va a acabar con mi cordura. ¿Fuiste o no a ver a Gina esa noche?
—Sí, fui a verla.
Aquel jarro de agua fría me paralizó. No supe cómo gestionar aquello ni qué interpretación darle, excepto la evidente: él también estaba con ellos y, en efecto, jugaban conmigo.
—Se acabó —musité trémula y furiosa—. Me largo de aquí.
Me giré rumbo a la puerta, pero no llegué a ella. Luca casi había saltado de la silla para detenerme. Me atrapó entre sus brazos y me ciñó a la pared.
—¡No vas a ir a ninguna parte, joder!
Comencé a revolverme contra él. Forcejeamos hasta que comprendí que no podría escapar por la fuerza. Luca aferró entonces mi mentón y me obligó a mirarlo. Sus oscuros ojos refulgían tan iracundos como angustiados.
—¡Suéltame! —exigí empujándolo con todas mis fuerzas.
Pegó su frente a la mía inmovilizándome contra la pared.
—Escúchame —suplicó afectado—. Debemos llegar juntos al final de todo esto. Si… si cuando sepas toda la verdad quieres alejarte de mí, no te lo impediré. Pero te ruego que confíes en mí a pesar de que todo parece acusarme. Jamás te haría daño.
—Luca… —gemí abatida.
—Nena…, mi corazón no miente, créelo a él.
—Entiende que… no puedo continuar así. Actúas a mis espaldas, me ocultas cosas, me confundes continuamente. Fuiste con ella… Intentas hacerme creer que es nuestra enemiga y luego vas con ella a casa de Gina. ¿Qué quieres que piense que eres?
—Que soy un granuja manipulador, o algo mucho peor. Piensa lo que quieras de mí, pero debemos seguir unidos en esto.
—Es lo único que te importa, ¿verdad? El maldito tesoro de Alonza.
Intenté zafarme de nuevo, y él introdujo una pierna entre las mías, aferró mis muñecas, las ciñó a la pared y me impuso su cuerpo como si fuera un muro.
—Quieta…
Jadeábamos, mirándonos retadores a los ojos.
Pude apreciar su palpitante deseo presionando el vértice de mis piernas.
—¿Quién eres, Luca Vandelli?
—He intentado decírtelo en cada beso, en cada gesto y en cada caricia.
—Deja de embaucarme.
—Alessia, esto está resultando más duro para mí que para ti. Todavía no lo entiendes, pero…
—No puedo entender algo que te niegas a explicarme —lo interrumpí ceñuda.
Sus ojos me escrutaron con aquella intensidad que me desbordaba.
—Todavía no es el momento, Alessia, y te juro por mi vida que estoy más ansioso que tú por revelártelo todo.
Su semblante pasó de la ofuscación a la aflicción.
—De acuerdo —cedí.
Tras un resoplido largo y aliviado, todo su cuerpo se distendió en el acto. Aun así, no se apartó, tan solo soltó mis muñecas. Bajé los brazos y él apoyó las palmas en la pared, acercando su rostro al mío. Su cálido y dulzón aliento me golpeó, acuciando el deseo de atraparlo en mi boca.
—Necesito que vuelvas a besarme —susurró contra mi boca. Su tono agónico hizo vibrar mi alma como las cuerdas de un violín.
Antes de que pensara si era buena idea, mis labios ya estaban sobre los suyos, demostrándome que yo necesitaba ese beso tanto como él.