Resposta del senyor Alcalà Zamora al discurs anterior.
Puedo aseguraros la honda y sincera emoción con que en este momento os hablo. Ahora siento el orgullo de ostentar el emblema de la alta autoridad que me ha conferido el pueblo para recoger el presente documento, en el que se reúnen siglos de tradición, de sufrimientos, de anhelos y que ahora es un mensaje de libertad y de amor. Yo os saludo, viejo y noble amigo; consejeros de la Generalidad, diputados de las cinco circunscripciones catalanas, que hoy dais una realidad a lo que antes parecía una ficción, o sea el sentirse verdaderos representantes de la Patria entera, porque al sentiros diputados de Tarragona, de Lérida, de Gerona o de Barcelona, podéis sentiros también al mismo tiempo diputados de toda España.
Habéis tenido la atención delicadísima de que yo conociera el mensaje de vuestro presidente antes de que fuera leído en este acto. Me negué, porque esto me parecía tanto como una desconfianza y una precaución. He preferido abandonarme a la improvisación, que es nieta lejana del estudio y de hondas meditaciones.
Recuerdo que muchas veces estuve en lucha v discusión con vosotros: pero me aproximaran las transacciones cuando conocí la realidad del problema y tuve la convicción de que era preciso abordarlo con respeto y delicadeza.
Y ahora entramos en una fase de serenidad v entramos en horas de meditación y de trabajo. Vamos a discutir y a concordar, con el deseo ferviente de llegar a conclusiones acertadas.
Permitidme que os diga que si todo el Estatuto, por algo milagroso, no hubiera concitado una sola crítica, yo lo habría considerado como un grave inconveniente. Me hubiera parecido un acto mecánico, un acto de resignación para aceptarlo todo. Me parece mas útil que la vida fuerte y generosa de los catalanes se encuentre con otras vidas de igual fuerza y de idéntico apasionamiento.
Yo os digo que he dedicado muchas horas a la meditación del Estatuto, seguro de encontrar una solución. Hay en él partes bien determinadas. Algunas de índole interior, otras que dejáis al arbitraje del presidente de la República, otra que se adapta plenamente a la Constitución y otra en la que surgen discrepancias. Cuando yo hago esta distinción, mi optimismo crece. Los preceptos internos de Cataluña los respetara la Càmara y ante ellos se inclinará; los de justicia contributiva se irán concertando poco a poco; los de discrepancia, podremos resolverlos alzando la mirada y poniéndola en el ideal.
No os extrañe que en algunos puntos de la discusión surja la pasión; pero las cadenas más fuertes en la vida material son de hierro y éste se fragua en las llamas. Eso me tranquiliza. De la pasión discutidora saldrá el Estatuto catalán y la solución sera acorde y satisfactoria para todos.
Cuantos augurios se hicieron desde el día 14 de abril quedaron deshechos; lo mismo aquellos trágicos de implantación de la República que aquellos otros que se hicieron cuando yo marchaba a Barcelona fiado únicamente en la hidalguía y en la caballerosidad de aquella ciudad.
Siempre salió a nuestro paso el recelo; pero yo os digo que el Estatuto saldrá de las Cortes españolas como una expresión de la libertad de Cataluña, dentro de la unidad de España, que jamás se ha sentido tan fuerte como ahora.