Discurs que redactà el senyor Oriol Anguera de Sojo i fou llegit a Madrid, davant el senyor Alcalà Zamora, fel President de la Generalitat senyor Francesc Macià, el 14 d’agost del 1931, en ocasió del lliurament del projecte d’Estatut de Catalunya.
Señor Presidente: Venimos a poner en manos de V. E. como jefe del Gobierno de la República, el resultado del referéndum popular de 2 de los corrientes, y por mediación del Gobierno, que V. E. tan dignamente preside, a presentarlo a las Cortes Constituyentes de España.
A este acto hásele rodeado de una expectación que no debiera provocar; se le ha atribuido un carácter de que carece, y una significación muy diversa de lo que, en realidad, significa y debe y puede significar.
Por eso me interesa pedir a V. E., siempre benévolo, me permitirá, sin duda, que precise, aunque sea haciéndolo con la franca y sincera rudeza mía, el alcance genuino de este acto y de esta presentación.
Venimos aquí para realizar un acto legal; comparecemos en virtud de un decreto del Gobierno de la República, que ordeno un plebiscito celebrado éste en cumplimiento de aquel decreto, lo traemos al Gobierno para ser presentado en nombre del pueblo que lo votó a las cortés de este mismo pueblo.
No; no hemos sido, no somos, no queremos ser una delegación ni una embajada. No somos embajadores que vayan a tratar en tierra extraña; no nos hemos movido de nuestro solar, y la voz que ahora oís, señores del Gobierno, es voz de hermanos.
Desde el día en que fue proclamada en España la República, en Barcelona, como en Madrid, por espontanea voluntad del pueblo, ora sola, ora hermanada con otras que constituyen con ella unidad de símbolo, ha ondeado una bandera. Y esa bandera es la de la República española. Nosotros la izamos, señores, en Barcelona antes aún que, como hecho material, fuese izada en Madrid por manos que habían tocado, como las nuestras, hierros de cárcel, y aclamada por hechos que, como los nuestros, habían respirado aires de destierro.
El señor presidente del Gobierno sabe, indudablemente, y con emoción recuerda todavía, el afecto inmenso, el entusiasmo mítica cansado con que fue acogida en Barcelona su presencia por lo que en sí vale, por la presentación que encarna, por el símbolo que en aquellos días constituyó, por la confianza que el pueblo tenia en él depositada. Después de siglos de incomprensión real, el pueblo podía, sin trabas, hacer llegar su voz a la mas alta representación de la República española.
El advenimiento del nuevo régimen ha traído al solar de España, señor presidente, auras de libertad; mejor dicho, ha dejado de cohibir las que siempre existieron. Y desde que el Estado ha dejado de ser patrimonio de un poder que se decía hereditario, justo es que en franca armonía resuenen las voces de la familia hispánica. Santa Libertad que robustece el derecho ajeno a la vez que acentúa el propio; santa libertad que a todos funde en idéntico interés, mientras éste sea noble y generoso.
: La libertad, señor presidente, tiene mucho campo; regida por el Derecho, secundada por la ley, la libertad, que no existe sin el orden, no afecta solamente al individuo. El individuo aislado en sus derechos es una abstracción sin fruto. El misterio de la vida no se concibe sin una organización social que, sin perjuicio de sus componentes, se adapte a la existencia real de cada uno. De ahí que la plena libertad de la persona física no se concibe sin la libertad de las personas morales.
Y esta es tal vez, señor presidente, la verdadera solemnidad de este acto, su principal y positiva trascendencia. Cataluña, por su tradición histórica, por el idioma que le es connatural, por su organización especial de trabajo, por su sentimiento jurídico, en una palabra, por lo que es y por lo que constituye dentro del solar hispánico, es una persona moral. En la familia de sus pueblos, es un pueblo. Y hace siglos ha propugnado siempre por hacer oír su voz. No recordemos tiempos pasados, en que todos lloramos nuestras penas.
En la paz, y con arreglo a la ley, la voz del pueblo de Cataluña ha podido ser oída al advenimiento de la República. Se expresó al proclamaría, la ratifico fraternalmente al consolidarse el régimen, le ha dado forma una Diputación elegida, la han plebiscitado sus Ayuntamientos, la ha refrendado el pueblo. Advertid, señores: el pueblo, en el noble sentido de la palabra, no una casta ni siquiera una raza, ni tampoco una variedad idiomática, sino los ciudadanos de España que habitan en Cataluña y que han hecho sentir, cada uno en su idioma, una sola proclamación. A todos se abrieron las vías legales, a nadie se rechazó y de ella salió la expresión de su voluntad unánime, como todo lo perdurable, tan superior a las luchas de los partidos y de las tendencias que, por fuertes que sean, son, al fin y al cabo, perecederos. Al Gobierno de la República se debe la gloria de que por primera vez en España haya sido consultada, dentro de un orden jurídico, la voluntad de un pueblo, cuya voz no puede ser proferida en vano.
Aquí —tenéis, pues, el Estatuto. Vedlo, y aunque puedan darse prejuicios históricos, propios de tantos siglos monárquicos; aunque puedan existir divergencias doctrinales, explicables después de haber reinado el cesarismo de reyes y el cesarismo de Estados, todos han de reconocer— así lo esperamos —la verdad profunda de lo que se dijo en Barcelona al proclamar el resultado de la votación. El sí del pueblo es doble: expresa una voluntad jurídica y, con su voluntad, la unidad fecunda de España.
Estamos seguros de que se entenderá ello como es. Voz de libertad y no de lucha, que ya pasó; ansia de armonía, hambre de fraternidad.
Que la unidad política de la República, proclamada solemnemente en este Estatuto, la queremos conseguir como resultado de una concordancia espiritual entre todos los pueblos de España, restituidos a su libertad en un ambiente de recíproco amor y respeto, que sustituya, con mayor eficacia y con mayor dignidad, la uniformidad impuesta por el absolutismo monárquico contra la voluntad de los pueblos.
Aquí tenéis el resultado de la voluntad del pueblo de Cataluña. Os lo presentamos con todo el amor de hermanos; solo esperamos que lo recibáis con afecto.