Principio 83
Hay personas que son imanes. Tienen el don de irradiar y contagiar una atracción especial sobre quienes les rodean, porque su interés hacia los demás los vuelve interesantes, su simpatía los hace agradables y su proximidad los convierte en asequibles y cómodos.
A igualdad de conocimientos con otro, una persona imán siempre tiene ventaja, porque a todos nos gusta sentirnos bien con quienes nos debemos relacionar. Conseguir un cierto reconocimiento público de «persona agradable» es un plus competitivo que en muchas ocasiones se convierte en el gramo definitivo para volcar a su favor determinadas decisiones. La simpatía es pegamento humano, y al igual que el pensar, también es gratis.
Su anverso es el orgullo, entendido como la creación de un entorno personal de superioridad que promueve distancias con los demás. Las personas realmente orgullosas, que curiosamente acostumbran ejercer al cuadrado porque además de serlo se muestran orgullosos de su orgullo, siempre consiguen el efecto que buscan: distanciarse de los demás.
En un mundo abierto y supercompetitivo, en el que cada uno va con su oferta personal, la actitud de aproximación y entendimiento se convierte en nuestro envoltorio, porque la energía que se emana determina la primera impresión de cómo se nos ve e, inmediatamente, de cómo se nos entiende. Y así como la simpatía es un envoltorio atractivo y sugerente, el orgullo es rasposo y distante.
La superioridad desarrolla su poder cuando es reconocida sin ninguna imposición, tan sólo por el atractivo que emana. La que se trata de imponer desde el orgullo y la distancia es el repelente de la relación humana. ¿Y sabes lo que consiguen los repelentes?