Principio 36
Somos herederos de un mundo que se hizo desde la rigidez absoluta a creencias, costumbres y prácticas. Todo estaba predeterminado por algún poder externo, encorsetado y con amenaza y castigo ante supuestos desviacionismos. Había que ser creyente a la fuerza. Y el café sólo podía ser café.
Hoy, si te apetece café puedes elegir entre expreso, normal, doble, americano, cortado, ristretto, con leche, carajillo, capuchino, granizado, descafeinado, liofilizado, de sobre, de máquina… y entre más de cincuenta variedades de diecisiete países.
¿Analizamos coches, bancos, croquetas congeladas, ordenadores, preservativos, bombillas?
Los ciudadanos de los países abiertos al mercado, a partir de un mínimo de renta somos las primeras generaciones con acceso al exceso. ¿Por qué tenemos que cerrarnos a una sola marca u opinión, cuando existen tantas y con tantas promesas y alicientes de vidas o momentos mejores?
La fe en las marcas cada vez se tambalea más porque la cultura y las rentas abren la visión y el bolsillo, y cuando esto sucede disminuye la fe en los demás y crece la fe en uno mismo.
¿Qué se puede hacer ante esta creciente realidad?
He conocido más de una marca que, ofuscada por éxitos pasados, se creía en posesión de la verdad y que sus productos eran indiscutibles e intocables. Todas se la pegaron. Sin perder la dignidad, hay que dejarse manosear por la realidad, que significa entender la corriente y no remar en su contra.
Las variaciones sobre un mismo producto para cubrir distintas apetencias, diversificar la empresa sin desmelene pero con convicción… en definitiva, perder la rigidez y saber bascular siguiendo el amplio espectro de vaivenes de la sociedad es una buena manera de, además de estar, contar.
En el siglo XXI, cada vez habrá menos creencias y más conveniencias.