Principio 4
Puesto que vivimos en una sociedad con cultura competitiva, la vida siempre acaba siendo una carrera.
Los años de estudio son los de preparación para salir al circuito, la recepción de un cúmulo de conocimientos que van cargando nuestras neuronas para construir el motor que nos va a permitir competir.
Hasta que un día nos dan el título, que incluye una calificación que mide la potencia de nuestro motor. Se acabó el patrocinador familia o el patrocinador beca. Todo lo que tenemos por delante es nuestra soledad y la polvareda de nuestro circuito profesional, ocupado por muchos que ya corren desde hace años y por otros que constantemente van llegando a la línea de salida. Y los que quieren ganar son muchos.
Todo el conocimiento adquirido es nuestro motor, es nuestra aptitud.
Pero en la carrera de la vida, lo que realmente será decisivo en nuestros avances, derrapajes, salidas de pista, aceleradas y pódiums va a ser nuestra actitud.
Hay quienes una vez que han conseguido su título, se cuelgan con él en la pared. Piensan que ya llegaron, ignorando que si en su actividad se da un mínimo de competitividad, su diploma sólo sirve como ticket de entrada en la carrera.
Para ganar hay que desear enloquecidamente querer ganar, algo que en términos futbolísticos tiene una excelente definición para los equipos que saltan al campo convencidos de su victoria: la llaman «hambre de gol», algo que se sacia con esfuerzo, talento y sagacidad.
Sin la suma permanente de estas cualidades, la mayor acumulación de conocimientos es un hermoso motor parado.