Principio 74
Mal bombero es aquel que le hace ascos al humo y huye de sus efluvios. Mal obispo es el que reniega de los no creyentes y se limita a condenarlos. Mal vendedor es el que maldice a la madre de sus clientes agnósticos y no lucha para hacérselos suyos.
Cualquier actividad humana, desde la más global y poderosa hasta la más modesta e hiperconcreta, está enmarcada por dos circunstancias.
Una es la que afecta y define de forma directa y en ocasiones exclusiva a la propia actividad, como en los casos dichos sería apagar fuegos, conseguir y fidelizar creyentes o vender a indecisos. Tratar de esquivar tu deber, discutirlo o incluso no comprenderlo te convierte en un impresentable y lastimoso profesional.
La otra viene enmarcada por el momento histórico, siempre en permanente evolución. Las vibraciones ambientales de cada espacio geográfico y los grandes tsunamis políticos y culturales que han ido construyendo y destruyendo civilizaciones, afectan de forma determinante a muchísimas actividades. Dependiendo del lugar, la cultura y el momento, un obispo puede ser un honorable iluminado o un paria a perseguir, un vendedor puede ser la estrella de una empresa o un feto burgués capitalista, ser demócrata puede entenderse como prestigio o desquicio. Incluso en algo mucho más terrenal como son las papilas gustativas, un cerdito lechón puede ser refinamiento exquisito o causa de vómito gastroreligioso. (De este supersintético, aunque universal análisis, sólo los que aportan soluciones concretas a problemas no ideológicos, como, por ejemplo, los bomberos y los médicos, son de los pocos que siempre se salvan).
Pero ahora vamos a ser optimistas, que es la gran energía para ser, hacer y conseguir. Tenemos solvente conciencia de que nuestra actividad, la que sea, es aceptable e incluso aceptada. En este momento tiene un notable o cierto prestigio social; de no ser así, como mínimo se la reconoce como necesaria. Y como en todo trabajo, tiene competencia.
Si estás en la pista, te guste o no tienes que correr. Unos desempeñarán posiciones de liderazgo; otros darán incesantes vueltas en la pista cerrada y alcanzarán el podio de las imprescindibles y dignísimas clases medias.
Cualquiera que sea tu posición, en la carrera de la vida no te vas a poder parar. No es injusto: es la condición. Y si lo intentas, ni siquiera hace falta que te preocupes por irte; es el propio sistema el que a las pocas vueltas te acabará expulsando.
P. D.-Siempre habrá quienes, hartos de competir, desearán escapar del griterío del estadio y observar el tiempo desde la serenidad que dan los relojes sin agujas.
Cuando esto se cruza por la cabeza (tarde o temprano, siempre ocurre), para hacerlo realidad es imprescindible tener los dos ojos bien abiertos: el derecho para estar concienciados a entender, paladear y saborear lo nimio de la vida; el izquierdo para controlar que en el frigorífico siempre haya los recursos suficientes que nos puedan mantener dignamente hasta que la vida se nos separe.