Principio 24
A partir de ciertos niveles de renta que conllevan cierto tipo de comodidades, a ratos conseguimos olvidar que esto es la selva. Es la maravillosa condición del cerebro, que normalmente tiende a potenciar lo bueno y diluir lo maldito.
Desafortunadamente, se trata de un feliz shock transitorio. Sólo hay que regresar a la rasante realidad para recordar que somos animales educados para vivir en selvas urbanizadas.
No corremos por senderos, sino que nos desplazamos por autopistas; no volamos con lianas, sino en aviones; no vivimos en cabañas en los árboles, sino en apartamentos de varios miles de euros el metro cuadrado; hemos sustituido el plátano y el coco por la hamburguesa o las estrellas michelín; Chita ahora se llama perrito y la cerbatana fue superada por la mala leche. Podemos ser Tarzanes tan honestos que incluso y excepcionalmente podemos conseguir que, en caso de peligro, otros animales acudan en nuestra ayuda. Pero a pesar de este inmenso cambio de tramoya, esto sigue siendo la selva, donde lo que impera y decide es su propia ley: la de la supervivencia del más fuerte. Una ley no objetable, discutible ni apelable, que se resume en cinco palabras y sin articulado: «O comes o te comen».
Por esto es tan importante saber elegir el territorio por donde vamos a movernos: nuestro espacio natural de supervivencia, que debe ser aquel que reúna las mejores condiciones para poder comer sin ser comidos.
Normalmente, los primeros pasos nos conducirán a zonas donde abunden otros animales menos fuertes y, en lo posible, inocentes y candorosos. Si así nos hacemos grandes, con los años la selva nos irá descubriendo nuevos paisajes poblados con nuevos animales, cada vez más feroces y hambrientos.
La selva es interminable, y sólo nuestra codicia, temeridad, hartazgo o deseo de sosiego marcarán, caso de haber ido sobreviviendo, nuestros propios límites.
Sea cual sea nuestra decisión, siempre habrá que estar atentos y vigilantes. Hay mucho animal suelto.