Principio 48
Para mantenerse y sobrevivir con dignidad hay que ser permanente equilibrista, motivo que hace aconsejable tener una clara y constante conciencia del equilibrio.
Dependiendo de las épocas, los días e incluso los momentos, el cable por el cual vamos caminando cual equilibristas de circo, adquiere diferente grosor, textura, elasticidad e incluso resistencia. Por eso el grado de atención, el tipo de paso que dar y, lo que es fundamental, la pértiga para avanzar compensado y no caerse, también tienen que ir cambiando.
Transitamos sobre el dar y el recibir, el amor y el desamor, el triunfo y el fracaso, el reconocimiento y la ignorancia, lo sublime y lo rastrero, la esperanza y el desánimo… En definitiva, constantemente avanzamos entre la gloria y la miseria.
El principio de avanzar sobre un cable sin caer se basa en una atenta agilidad para reequilibrar cualquier brusca descompensación que nos precipite al vacío, en ocasiones con red y en otras, para los más osados, poco previsores o desafortunados, sobre el duro suelo.
Caminar sobre el cable de la vida precisa de una mezcla de firmeza y ductilidad, concentración y serenidad, ilusión y responsabilidad; en definitiva, de sabia búsqueda del equilibrio.
Los extremos siempre acaban desequilibrándonos, exactamente como ocurre con las vidas a «todo o nada». La hiperconcentración en la acción sirve para el gran salto, ese reto u oportunidad única que a veces la vida nos plantea y que se aprovecha o se deja pasar para siempre, porque difícilmente se volverá a repetir. Pero no puedes estar forzando siempre y al límite ni el músculo ni el cerebro, porque se resquebrajan.
La sensata distensión ayuda a avanzar sobre el cable. Al descanso excesivo le hace falta acción, y a la acción excesiva le conviene el descanso. Su sabia dosificación es el eje central del equilibrio.