Principio 44

Cada vez que estamos frente a alguien y nuestras miradas se cruzan, aunque sea de forma subconsciente estamos emitiendo y captando percepciones y sensaciones: estamos transmitiendo e intercambiando energía.

El poder de una sonrisa sincera, la magia de una mirada profunda que afirma, aproxima o desprecia, el tono de las palabras, los movimientos del cuerpo y especialmente de las manos, son descargas de energía que emitimos y que nuestro interlocutor siempre capta, exactamente como nos ocurre a nosotros con él.

Algún día, además de nuestros cinco sentidos tradicionales, vista, oído, olfato, gusto y tacto, se estudiará, conocerá y concretará este algo que por ahora y sólo tímidamente algunos se atreven a calificar como un sexto sentido: la capacidad de «sentir» o «percibir», un sentido hecho de sensaciones y que en la relación entre humanos tiene, en muchas ocasiones, una importancia trascendente para formar la propia opinión.

Los comentarios «X me cae muy bien» o «no sé que tiene W, pero no me fío», la mayoría de las veces son el resultado y la consecuencia de la energía que nos transmiten.

En la medida en que nuestro éxito depende de una cierta relación con otros, hay que estar atento y ser cuidadoso con la calidad e intensidad de nuestra emisión de sensaciones. Y al igual que seremos incapaces de ir a cierta entrevista con la ropa sucia o el aspecto físico de juzgado nocturno de guardia, también debemos controlar aquellos matices de expresión que influyan en la forma en que seremos percibidos.

La máxima importancia del éxito o el fracaso del sexto sentido la alcanzan los políticos durante sus campañas electorales. En muchas ocasiones sus formas de aparecer y decir son tanto o más decisivas que su discurso. Una lágrima a tiempo o una mirada de odio a destiempo pueden significar miles de votos: su éxito o su fracaso.

En la vida profesional, y por supuesto en la íntima y personal, transmitir buena energía es caminar sobre la alfombra del posible entendimiento y la paz; transmitir mala energía es sembrar de tachuelas el suelo que nos rodea. Y al final, no lo olvidemos, siempre hay que caminar.

Piensa, es gratis
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