Principio 13
La genialidad es una triple voltereta en el vacío y sin red de las neuronas, que rompe de forma insólita con lo establecido y consigue una aceptación masiva.
Cuando esto se logra, la genialidad acostumbra a tener un seguro reconocimiento social y un probable reconocimiento económico. Cuando el triple salto acaba estrellado adquiere la denominación de «extravagancia, estupidez o locura», y su protagonista acostumbra a verse rodeado de un aura de descalificaciones en la misma línea.
Históricamente, la genialidad ha correspondido a individualidades que en ocasiones, y por su particular fuerza de arrastre, han sido erigidos en líderes de tendencias y movimientos. Los grandes genios benignos de la humanidad —porque por desgracia también los ha habido malignos— han sido humanos con nombres concretos que se han convertido en los grandes impulsores del pensamiento, la ciencia, las artes y de muchos avances materiales. Todos han tenido —y siguen teniendo— algo en común. En su cerebro, ante una posibilidad o vía desconocida, han rechazado el «eso no es posible» y se han abrazado al «¿y si fuera posible…?».
Ante lo insólito, cada vez que un humano, en lugar de rechazar algo por desconocido, apura y exprime todas las preguntas y transforma el inconformismo en energía para forzar y transgredir las barreras de lo formalmente aceptado, no os quepa la menor duda, un posible genio está larvando su personal hipótesis, que es la antesala oscura de lo posible.
Hoy, en un mundo globalizado fundamentalmente por la rentabilidad financiera y sus consecuencias colaterales, las empresas tratan de establecer sistemas y métodos de logro de la genialidad por encargo, muchas veces a través del equipo. Hace años empezaron con el brainstorming, y hoy se multiplican los equipos de sabios y los think tanks dotados de un protocolo de actitudes y normas para que, si surge la luz, ésta pueda brillar.
La pena —lo he vivido personalmente en múltiples ocasiones— es que estas iniciativas muchas veces responden a un súbito calambre cerebral de la cúpula de la empresa u organización, que una vez tranquilizada convierte todo el trabajo en un montón de informes para el infinito archivo de las buenas intenciones y en una refinada colección de facturas de honorarios.
La genialidad, para alcanzar la luz necesita convicción, tesón, mucho esfuerzo y una altísima implicación. La genialidad muchas veces es la culminación de una etapa de la vida, no una ráfaga luminosa con taxímetro incorporado.
Genialidad individual siempre la habrá, porque es parte intrínseca de determinados humanos. La genialidad colectiva es materia mucho más delicada: siempre resultó difícil incubar un magnífico huevo entre muchas gallinas.