Principio 72
Considerados como masa, y dependiendo de la raza, nacionalidad, localidad, adicción y afición, todos llevamos adheridos unos atributos positivos, negativos o inertes de los que en demasiadas ocasiones no es fácil desprenderse. La masa siempre es una caricatura gris matizada por la circunstancia de quien la analiza.
Considerados individualmente, la cosa cambia. Sin adentrarnos en los fascinantes laberintos del cerebro (porque éste no es un tratado de psicoanálisis), las ideas, expresiones, actitudes y formas que emanamos hacia el exterior nos confieren trazo, grosor y color propio. Nos diferenciamos de la masa porque vivimos marcando y evidenciando nuestro propio estilo, ese conjunto de rasgos que hace años, y referido a las marcas, definí como «la personalidad pública», y que hoy, sin la menor duda, creo que puede hacerse extensivo a los individuos.
La personalidad, unida al interés y al beneficio, cuando es positiva es un gran pegamento del contacto humano, mientras que desde la negatividad es un gran repelente de la aceptación y de la posible relación.
Una personalidad percibida como positiva crea admiración, atracción y simpatía. Al igual que existen líquidos para eliminar la herrumbre de los metales, el estilo exterior es el fluido que abre las neuronas ajenas para acogernos en su cerebro.
Cuando superamos el círculo de nuestras relaciones marcadas por la sangre y el sentimiento y entramos en el infinito número de círculos que configuran la convivencia humana, todos somos marcas. Nuestro nombre y apellido es nuestro registro, y sólo se nos acepta y adquiere o se nos rechaza e ignora dependiendo de la suma/resta del interés, beneficio y personalidad que nosotros emanamos y los demás perciben.
Sin personalidad, todo vuelo, presencia y contacto al final siempre resulta intrascendente e incluso molesto. Sin personalidad somos moscas.