Principio 20
La vida es un cúmulo de monotonías, en los mejores casos acolchadas por brillantes ocios y aderezadas con efímeras pimientas.
El lado amable de la monotonía es que no produce sorpresas. El lado lamentable es que se rechaza lo imprevisto, con toda la carga de aire fresco y renovación que nos podría aportar.
Obviamente el cerebro, al igual que cualquier máquina, necesita épocas de descanso y recomposición. Esto no sólo es bueno: es definitivamente aconsejable, porque las desconexiones relajadas refrescan y revitalizan nuevas conexiones. Pero ensalzar al límite la monotonía y la cotidianidad es enfajar las neuronas, oprimir la imaginación y asfixiar los sueños: es una amable sedación del talento para llevarlo a un estado viciosamente aletargado.
Cuando esta apatía neuronal se justifica como una inteligente forma de existir, con los años la vida casi siempre acostumbra pasar cuentas, en forma de acartonamiento del cerebro y de la cartera. La monotonía intelectual viene envuelta por el hedor del fracaso.
Quienes pretendan conseguir el éxito, deben tener claro que las oportunidades de alcanzarlo no acostumbran ser frecuentes, aunque siempre están latentes.
El éxito, cualquiera que sea su dimensión, hay que codiciarlo con sereno ímpetu y olfatearlo con discreta avaricia. Cuando tomas esta disposición, íntima y sin vocearla a los cuatro vientos (porque los bocazas de ansias de triunfo lo único que consiguen es levantar envidias y barreras), entras en la actitud de entender, intuir y estar ojo avizor. Es la misma disposición del gran cazador que, aunque desconoce cuándo aparecerá su presa, sabe estar permanentemente atento para ser el primero en detectar lo que los distraídos no saben ver.
Es definitivamente falso que nazcamos predestinados al fracaso. En todas las civilizaciones, culturas y momentos ha habido seres humanos que, proviniendo de la nada cotidiana, han alcanzado las más importantes posiciones en todas las ramas del saber y el hacer.
Cuando los analizamos, es fácil descubrir que tenían un objetivo claro e hicieron todo lo posible y en muchas ocasiones lo imposible para conseguirlo. Cualquier mínima oportunidad la cazaron y estrujaron hasta mostrarse, a los ojos de quienes les podían promocionar, como los mejores. Porque el éxito siempre impone sus condiciones: vislumbrar el instante, creer firmemente en lograrlo y estar intensamente dispuesto a superar todas las dificultades que lo vayan entorpeciendo.
La oportunidad del éxito casi siempre hay que cogerla al vuelo. Con la monotonía que conduce al fracaso no hay problema: siempre camina lenta y rasante.