Principio 29
Pongamos a prueba el principio. Analicemos dos maneras de decir lo mismo.
Prueba 1.-«Cuando nuestras miradas, vagando en un infinito de posibilidades, por intención o azar se cruzan, siento un algo que en este momento de mi existencia me resulta muy difícil definir. No obstante, como percibo que mis palabras te producen tal vez sorpresa, acaso interés y en cualquier caso observo que inquietud, un estado de ánimo que bajo ningún concepto deseo provocarte, y sólo con la intención de que no quede la menor duda respecto a mis intenciones, me atrevo a preguntarte… ¿Aceptarías cenar conmigo esta noche?».
Prueba 2.-«Me encantas. ¿Cenamos hoy?».
No sólo somos la generación que produce más basura. También somos la que, habiendo tanto por hacer, produce más desperdicio de tiempo.
Si calculamos el valor del tiempo invertido en habladurías sin eco, el utilizado en driblar zancadillas de lobos colegas con piel de oveja amiga, las anorexias imprescindibles para deglutir la bilis provocada por las impertinencias, estupideces y deficiencias mentales de nuestros jefes, llegaríamos a la conclusión de que somos una generación de útiles notablemente inutilizados.
Concretar es la gota de esencia de los efluvios del cerebro. Es el atajo, el golpe directo y certero en el clavo que lo va a aguantar todo. Porque en la dispersión germina y crece la ambigüedad, y en la concreción, la determinación.
Me encanta el texto de una caja de cerillas de un hotel Four Seasons: «el tiempo es lo más valioso que puedes gastar». Presiento que no es de ellos, pero es perfecta para grabárnosla en alguna neurona con fuerte capacidad de contagio sobre el resto de nuestro cerebro.