Principio 30
La vida es un gran teatro abierto en el que diariamente se interpretan, de forma simultánea, miles de obras ya conocidas, algunas nuevas e infinidad de escenas sin guión previo ni actores predeterminados.
El aforo es inmenso: en este momento alcanza los seis mil millones de plazas. Menos del 1 por ciento lo ve todo desde su palco privado. Un 30 por ciento tiene butacas, obviamente unas mucho mejor situadas que otras. El resto se sienta al fondo, en el suelo, y la aglomeración es tal que muchos no llegan a enterarse jamás de las obras que constantemente se representan.
El escenario está abierto a todo aquel que quiera subir y actuar, pero la mayoría deja transcurrir sus días como simples espectadores: unos porque se sienten muy cómodos apoltronados en su localidad; otros, porque saben que cualquier intento de alcanzar lo que para ellos está alejadísimo es literalmente imposible.
Entonces… ¿quiénes son los autores y actores de la obra? Muy fácil: aquellos que deciden ponerse en pie, se esfuerzan por encontrar su camino entre la aglomeración y al final consiguen subir al escenario. Unos llegan cómodamente por la escalerilla; otros lo escalan trepando con inmenso esfuerzo, entre empujones y zancadillas. Pero todos, sin excepción, están unidos por una actitud común: quieren hacerse escuchar, y para conseguirlo saben que tienen que entrar en acción y convertirse en protagonistas.
Unos serán primeros actores; otros se moverán como sombras por el fondo, pero siguen allí esperando su circunstancia y momento. En cualquier caso, todos ellos saben que para actuar hay que buscar o provocar la oportunidad; hay que subir y estar en el escenario.
Arriba está la acción; abajo, la contemplación. Arriba pasan cosas; abajo no pasa nada. Y cuando no pasa nada, no pasa nada.