Principio 82
«Entre bomberos no nos pisemos la manguera» es un dicho que expresa mucho más que el mejor ensayo literario sobre la conveniencia de no entorpecerse entre quienes secundan una causa común.
«Mi vecino está cabreado porque me robó la gallina» es un mayestático corte de mangas a quien en lugar de excusarse por una mala acción, encima y además, se ofende.
En algo tan trascendente como la comunicación oral, el «dicho» es la cumbre de la expresión porque reúne una suma de mínimos de sencillez, cotidianidad y concreción que unidos se multiplican hasta superar, como un rayo lingüístico, la argumentación más racional y culta.
El «dicho» es una obra maestra de la sencillez y la simplificación: no pretende ser docto, ilustrado o circunflejo. Triunfa porque todos lo entienden a la primera. «Escoba nueva barre bien».
Siempre recurre a escenarios o cosas definitivamente cotidianas. «Un clavo saca a otro clavo».
Y es una obra maestra de concreción. «La abundancia mata el hambre».
En mi larga vida profesional, cuanto mayor ha sido la trascendencia del problema y mayor la capacidad intelectual del interlocutor, más me ha servido y me he servido del «dicho» por una sola razón: para conectar dos cerebros, su oportunidad e idoneidad significan el atajo más corto y directo para sintetizar actitudes y motivar a la acción.
En mis horas con Felipe González, un grandioso estadista, y con Jordi Pujol, el mejor pragmático del posibilismo, cuando todo estaba al rojo vivo, la llave que desbloqueaba cualquier planteamiento no era ni el gran análisis, ni la extensa información, ni los irrebatibles datos. Era el «dicho», ese machete que corta lianas, abate hojarasca inútil y descubre el inicio de nuevas sendas y horizontes.
Es difícil, me atrevo a decir que imposible, que cualquier premio Nobel de Literatura, de Economía o de la Paz pueda superar cualquiera de estos «dichos»:
La prosperidad hace amistades: la adversidad, las prueba.
El ojo del amo engorda el caballo.
La de los huevos soy yo, dijo la gallina.
La fiebre no está en la sábana.
La esperanza es lo último que se pierde.
La fe mueve montañas.
Entre los ciegos el tuerto es rey.
La avaricia rompe el saco.
El dinero no es Dios pero hace milagros.
Un buen libro es un tesoro: cada página es un pan de oro.
El movimiento se demuestra andando.
Una golondrina no hace verano.
La ley del embudo: para mí lo ancho y para ti lo agudo.