Principio 49
Son años de esfuerzo intelectual, de momentos de alta intensidad que se entremezclan con otros de alta distensión. Mientras va siguiendo el curso, en el rompehielos hay calefacción, buen ambiente y la comida y el alojamiento normalmente están asegurados.
Hasta que un día la nave llega a su destino final: el de tu graduación. Aquel día recibes tu título, que es la bisagra que cierra la puerta del recibir, todo este largo período íntimo de tu vida en el que no paraste de aprender, y te abre al nuevo espacio abierto, público y competitivo del dar, un cúmulo de largos años que irás sumando y acumulando hasta el jubiloso día de tu jubilación. La Universidad es el último caramelo que da la vida antes de descubrir los sabores ácidos.
Durante todos estos años, la Universidad ha tratado de llenar tu cerebro, pero se ha ocupado poco o nada de enseñarte a llenar tu cartera, como si la ciencia tuviera que darle la espalda a la conciencia.
Ahora ha llegado la hora en la que hay que descender por la escalerilla con tu título-fusil bajo el brazo, olfatear el ambiente, otear el espacio y empezar la caminata en busca de unos osos que normalmente no te están esperando.
Tus conocimientos van a ser tu arsenal de cazador, pero lo que va a determinar de forma importantísima tu fortuna va a ser tu habilidad para hacerte con el oso; aquella que tan sólo tú puedes intuir y desplegar disparando en el lugar adecuado y en el momento preciso. Para cazar, necesitarás tener talento y hambre de cazador.
Es bueno —personalmente pienso que es necesario— que en los largos años de navegación universitaria bajes de vez en cuando de la nave y vivas en directo el sabor del frío y la dificultad de la caza. Las prácticas profesionales en una empresa o institución dedicada a tu futura actividad, cualquiera que sea el nivel y retribución al que puedas acceder, te van a servir para sumergirte en el clima y las situaciones reales que algún día tendrás que soportar. Es un buen método para envolver a la ciencia de conciencia.