Principio 11

No es cierto que los 42 kilómetros de una maratón sean la carrera más dura. Esa competición es un juego de niños comparada con la que todos hacemos día tras día, y que sólo en contadas ocasiones nos ofrece un respiro: una carrera llamada «la propia vida».

La decisión de adónde llegar, o visto con un concepto más amplio, la de decidir con cierta holgura hacia dónde dirigirse, significa concretar nuestro talento y rentabilizar nuestra energía.

Ir dando zancadas que no se sabe adónde conducen supone abrir excesivas oportunidades al fracaso personal, porque muchas veces se puede acabar en medio de paisajes que no interesan para nada y en los que no se sabe exactamente lo que uno está haciendo. Y el tiempo pasado siempre es irrepetible.

A todos nos llega la época de las grandes preguntas personales, aquellas que nos hacemos para decidir qué vamos a hacer con nosotros mismos. Es entonces cuando entramos en esa fase trascendente de rastrillar los deseos, los intereses, los conocimientos y las experiencias, las aficiones, las vocaciones, las pasiones, los acompañantes, los amigos y padrinos, los entornos que nos van a ayudar y los que nos pueden desviar. Hay que entrar en un proceso de sublime introversión, de volar entre los deseos atentos a que nuestra pista de despegue y nuestra propia energía van a servirnos para alzarnos. Y decidir, incluso dejándose ir, pero sabiendo adónde queremos llegar, siendo conscientes de que hasta que la vida biológica nos sitúe en un punto del vuelo sin posibilidad de retorno, siempre tendremos la posibilidad de cambiar de rumbo y destino.

Decidida una meta, aseguro que ayuda extraordinariamente el ponerla por escrito. Hacerse un plan a tres, cuatro o máximo cinco años definiendo lo que se quiere alcanzar y lo que creemos que deberemos hacer en el transcurso de ese tiempo para irlo consiguiendo. No es el diario íntimo donde algunos describen su pasado; es el mapa de nuestro futuro deseado y sus posibles rutas. Cuantas menos palabras, más concreción y menos dudas. Y lo que es determinante, abrirlo como mínimo cada tres meses y reencontrarnos con nosotros mismos en un proceso de análisis y meditación, para evaluar cómo estamos haciendo nuestra ruta y qué posibles mejoras, cambios o rectificaciones tendremos que hacer.

Por el hecho de hacerlo, no siempre llegas, pero te desvías menos.

Piensa, es gratis
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