Principio 39
Para que el recuerdo esté lo más fresco posible, analiza tu última semana laboral.
Seguro que trabajaste muchas horas, posiblemente más de las que te correspondían. Hablaste con bastantes personas, tal vez tuviste intensas reuniones y agotadores desplazamientos. Y más de un día llegaste tarde y cansado a casa, satisfecho porque todo salió bien aunque quizá con un punto de cabreo porque algunas cosas y personas se torcieron.
Felicidades: estás hecho un gran trabajador.
Sólo una pregunta: Como consecuencia directa de toda tu actividad, ¿podrías con honestidad afirmar si has conseguido o provocado que algún aspecto concreto de tu empresa haya mejorado? ¿Que si no hubieras hecho lo que hiciste aquello seguiría igual, y sin embargo tú conseguiste que cambiase a mejor?
Constantemente hay que recordar que una compañía es un productor de cosas y servicios, que sin la intervención de su equipo humano es un montón de espacios físicos, equipamientos, recursos económicos y stocks con olor a muerto. Y que lo único que puede darle vida es la calidad y la actitud de su equipo humano.
Si por la mañana te levantas pensando únicamente en que has de ir a trabajar te equivocas, porque dentro de diez años te seguirás levantando pensando lo mismo y, seguramente, haciendo el mismo trabajo.
Si cuando te levantas piensas que has de ir a tu empresa para hacer que gracias a ti algo mejore, y además trabajas y maniobras para hacerlo posible, entonces eres un auténtico creador de valor.
Mi opinión respecto a la creación de valor es contundente: nadie conoce mejor un huerto que quien lo cultiva. En el titular de este principio escribí «directivos», pero confieso que hice trampa para que no me despedazara algún sindicalista de cerrojo fijo. El recepcionista, el repartidor, la secretaria, el vendedor, el del almacén, la de administración, la de informática, el jefe de tal y la directora de cual, cada uno en su lugar de trabajo y todos sin excepción viven y conocen a la perfección las virtudes y los defectos de su parcela de empresa, porque en definitiva es su huerto. ¿Por qué tienes que esperar a que venga un consultor externo que te interrogue y te sonsaque toda la información precisa que sólo tú tienes sobre cómo hacerlo mejor, para que después él se forre con un informe hecho con tus ideas?
Cada vez que en la empresa alguien llama a la puerta de su superior para decirle… «He analizado mi trabajo y me gustaría explicar cómo puedo cambiarlo en beneficio de la empresa», está dando más voltaje a su bombilla, que es su currículo. Si ellos no saben aprovecharlo, definitivamente hay que empezar a pensar en cambiar de lámpara.