Principio 23
Observa a tu alrededor: hace tan sólo cuatro generaciones, la inmensa mayoría de las cosas de las que te sirves en tu vida cotidiana eran sueños imposibles, incluso para los más poderosos: la electricidad, el televisor, un equipo de sonido, el teléfono móvil, ordenador, aire acondicionado, calefacción, automóviles, aviones… una lista interminable.
Ahora, obsérvate a ti mismo. Hace cien años, muy posiblemente tendrías los dientes carcomidos, apestarías, una simple miopía de 4 dioptrías te imposibilitaría muchas vivencias, no sabrías qué son las vacaciones, muchas infecciones te postrarían en dolores, tendrías un 75 por ciento de posibilidades de ser analfabeto y, entre otro gran surtido de lindezas, sería todo un mérito que vivieras más allá de la media de edad, que estaba en los treinta y cinco años. A pesar de lo jodido que estarías, y para acabarte de rematar, te tocaría pagar impuestos a tus señores y a los jerarcas de una religión impuesta.
Todas las cosas que deseamos, buscamos y cuando las tenemos no queremos perder porque de algún modo contribuyen a nuestra calidad de vida, un día fueron sueños imposibles, algo que simplemente mencionar era calificado cosa de locos.
El conservadurismo a ultranza es el congelador de los perdedores: es la fórmula ideal para mantener muerta la vida.
Los utópicos aterrizados que han hecho y seguirán haciendo posibles los sueños honestos son los auténticos motores del bienestar de la humanidad.
Y sólo en la transformación que ofrece calidad de vida es donde reside el progreso y donde incluso muchas veces está latiendo el germen de las grandes fortunas.
Vivir con el sueño de hacer posible una honesta utopía personal es vivir dos veces.