Año 1982
Fue una guerra del todo elemental. Al contrario de lo que ha sucedido en la mayor parte de las guerras del siglo XX, no había en juego ningún principio. Fue una guerra motivada por una especie de nacionalismo machista: la cuestión era quién los tenía más grandes y quién iba a ser mangoneado. En una era de portaaviones, jets supersónicos y misiles de alta tecnología, esta guerra tenía tan poco sentido como una pelea de patio de colegio.
Algunas veces, cuando el nacionalismo de un país choca contra el de otro, estalla el conflicto. Históricamente, pocos países han defendido a su país con más vigor de lo que lo ha hecho Gran Bretaña. Si sueltas un estornudo en mal momento en una de sus colonias, ya puedes prepararte para recibir una carta desagradable de la reina. Cuando los argentinos se apoderaron de aquellas islas inútiles en 1982, los británicos no dudaron en mandar una buena parte de su armada al otro extremo del mundo para recuperarlas. El mundo se quedó sorprendido, pero nadie más que los líderes de la Junta argentina invasora, porque sus ciudadanos se contaban entre las pocas personas que sabían dónde estaban las Malvinas y entre las aún más pocas a quienes importaba. En plena guerra fría, el mundo se veía amenazado por el triste espectáculo de un concurso de tiro entre dos países que en realidad no tenían nada por lo que luchar. Y curiosamente no había ni un comunista a la vista por ninguna parte.