La situación general

Frente a la costa occidental de Chile, Perú, y anteriormente Bolivia, ocupada por los secos desiertos de Atacama y Tarapacá, la corriente fría de Humboldt avanza desde el Pacífico Sur. El agua, llena de plancton, atrae a grandes bancos de peces que, a su vez, se convierten en exquisitos manjares para legiones de aves.

Las aves se alimentan en el mar y se posan en tierra, donde defecan prodigiosamente, formando montañas de excrementos. En esta parte más seca del planeta, pasan décadas sin que caiga ni una sola gota de agua. Sin lluvia, el guano se va acumulando hasta formar elevados acantilados de excrementos a lo largo de toda la costa.

A mediados del siglo XIX, después de la disolución del Imperio español en Sudamérica, se descubrió que el guano de ave contenía nitrógeno, un ingrediente clave para fabricar fertilizantes y explosivos. De pronto, los elevados acantilados de guano de ave, las deposiciones que se habían ido acumulando durante milenios por toda la desértica franja costera, carente de caminos y visitantes, pasaron a ser increíblemente valiosas. Eran los pájaros de la caca de oro.

Al principio, Chile, Bolivia y Perú cooperaron para extraer el guano. Chile, económicamente más capaz, realizó la mayor parte de la inversión y compartió los beneficios con los otros dos países. Los tratados establecieron los límites entre las naciones y los aranceles que se debían pagar por las pestilentes exportaciones.

Las clases gobernantes bolivianas y peruanas de descendientes españoles se contentaban con recostarse y cosechar las recompensas de otro recurso divino como el oro, la plata y el estaño, dejando que los extranjeros realizaran prácticamente todo el trabajo sucio. El guano pronto se convirtió en la mayor fuente de ingresos de Perú, pero las compañías francesas y británicas se llevaban la mayor parte de los beneficios y los nativos no podían pues crear sus propias compañías de extracción. Aunque los negocios de excrementos de ave estaban en expansión, Perú pronto llegó a la quiebra: los ricos peruanos invertían sus beneficios fuera del país sin prestar atención a las necesidades de su propia nación. Nada se reinvertía en Perú, con lo que la corrupción y la deuda empezaron a aumentar.

Bolivia estaba aquejada de la misma falta de visión de futuro que su país vecino. En Bolivia, conocida como Alto Perú en los días del virreinato español peruano, se ubicaba el Monte Potosí, desde donde fluyó una gran parte de la extracción de plata durante el Imperio español. Después de la liberación, la élite boliviana estaba más que satisfecha de poder limitarse a recoger la riqueza que fluía del suelo y luchar, casi constantemente, por su parte.

El resultado fue que, durante mucho tiempo, desfiló por Bolivia una serie aparentemente interminable de dictadores que pretendían ser presidentes. El pueblo, castigado durante tanto tiempo, se apiñó en sus antiguos pueblos del altiplano andino, el Altiplano, donde sobrevivió al holocausto de que fueron víctima sus homólogos norteamericanos; la devota corona española se hizo responsable de proporcionar alguna medida de protección a las masas de potenciales nuevos católicos conversos mientras el continente era desvalijado de sus riquezas minerales. Los nativos fueron recompensados con la supervivencia, pero al precio de quedar atrapados como residentes de tercera en una nación de tercera, subsistiendo durante siglos en una situación de miseria económica.

Mariano Melgarejo se hizo con el poder en 1864 y fue uno de los malos dictadores más destacables del numeroso grupo de malos dictadores que ostentaron el cargo presidencial de Bolivia. Melgarejo ganó sus estúpidos galones entregándole a Chile una franja de terreno de guano boliviana. El regalo de Melgarejo precipitó el final de su mandato: en 1872, fue víctima de un inevitable golpe a manos de un dictador llamado Morales, que intentó deshacer algunos de los entuertos de Melgarejo. Los bienintencionados intentos de Morales, sin embargo, fueron frustrados cuando su propio sobrino le mató de un disparo.

Morales, no obstante, ya había firmado en 1873 un tratado secreto con Perú, según el cual cada parte se comprometía a ayudar a su país hermano si era invadido por los fastidiosamente bien organizados chilenos.

En 1876, Hilarión Daza le arrebató el poder a Morales mediante un golpe de Estado. Daza era un soldado estúpido y fiero que pronto destacó: saqueó el Tesoro para pagar a sus compañeros oficiales de la guardia de palacio que lo habían apoyado lealmente, y que siguieron haciéndolo hasta el siguiente golpe.

Aquel mismo año, Mariano Ignacio Prado relevó a Manuel Pardo en la presidencia de Perú, en una época en que todos los presidentes peruanos parecían tener que compartir las mismas letras en sus apellidos. Cada presidente fracasaba al intentar sacar al país del lío económico que dejaba su depuesto predecesor.

Chile, en cambio, era un parangón de normalidad política. En la década de 1870, sin embargo, su economía había empezado a decaer y el país había empezado a ser más volátil.

Las fronteras trazadas por el antiguo Imperio español eran más bien elásticas. No se había devanado mucho los sesos el que trazó las líneas que separaban los virreinatos españoles, especialmente en desiertos sin valor como Atacama y Tarapacá.

La extracción de guano resultó ser tan lucrativa que las operaciones de extracción de Chile siguieron avanzando más hacia el norte, ante la irritación de los bolivianos. En 1877, durante esta caldeada riña, un tsunami devastó la costa y arrasó Antofagasta, el principal puerto de extracción de guano. Para reconstruirlo, los bolivianos exigieron el pago de un impuesto.

Los chilenos señalaron que, de acuerdo con el tratado que habían firmado recientemente, tal impuesto era ilegal. Pero el presidente boliviano Daza, al caer en la cuenta de que el Tesoro se había quedado prácticamente sin fondos, hizo oídos sordos e impuso un impuesto en cada envío de guano exportado.

Los chilenos se negaron a pagar y, para dejar clara su posición, mandaron a la zona los acorazados que acababan de adquirir. En respuesta, Daza canceló los contratos de extracción chilenos y ordenó que todos los equipos de extracción chilenos fuesen confiscados y vendidos en subasta. El día de la subasta, los chilenos se presentaron allí con su ejército y se quedaron con una franja de la costa de Bolivia, junto con el puerto de Antofagasta. Había empezado la guerra. Chile pidió a Perú que derogase su tratado con Bolivia. Pero Perú no podía romper su espiral de muerte dictatorial con Bolivia y rechazó la oferta chilena.

El 5 de abril de 1879, Chile declaró la guerra a Bolivia y Perú.

Breve historia de la incompetencia militar
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