Año 1941
Elegir amigos equivocados puede acarrear préstamos sin pagar, cenas desagradables y, posiblemente, una temporada en la cárcel. En una guerra, elegir amigos equivocados puede llegar a ser peor, mucho peor.
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Rumania se enfrentó a la decisión de elegir de quien era amigo. En un espasmo de imbecilidad nacionalista, Rumania estrechó lazos con los nazis con la esperanza de que Hitler les entregara el regalo de Transilvania, su patria ancestral.
Para conseguir este objetivo y hacer feliz a Adolf, el aspirante a dictador como Hitler, pero de Rumania, Ion Antonescu, decidió atacar a la Unión Soviética, el mayor país de la Tierra y el único imbatido. Tal como Ion aprendería dolorosamente, cualquier plan basado en la idea de hacer que Hitler fuese un manojo de sonrisas y un cachorrillo encantador necesitaba importantes modificaciones.
Pero al hombre fuerte de Rumania, aparentemente, jamás se le ocurrió tomarse un momento para reflexionar acerca de su decisión. Una decisión que llevó a la pequeña Rumania finalmente a luchar con Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética y Alemania, todo en la misma guerra. Rumania luchó tan duramente e infligió tanto daño a sus aliados i/o enemigos que cuando la guerra terminó nadie sabía cómo debían tratarle. Occidente abandonó Rumania y dejó que se pudriese bajo el control soviético durante décadas.
El papel de Rumania en la guerra fue tan caprichoso y tan extraño que durante la Segunda Guerra Mundial ostentó la dudosa distinción de ser el tercer país del Eje más poderoso y el cuarto ejército aliado más poderoso. Rumania se alió con todo el mundo que participaba en la contienda pero, aun así, se fue a casa sin amigos.