El juramento
«En presencia de Dios presto este sagrado juramento de obediencia incondicional a Adolf Hitler —Führer del Reich y del pueblo alemán, y comandante supremo de las Fuerzas Armadas— y manifiesto que estoy dispuesto como valiente soldado a arriesgar mi vida en todo momento por cumplir este juramento».
Pocas cosas dificultaron la resistencia del ejército más que este juramento. Una vez lo habían prestado, la mayoría de los oficiales no veían cómo podían violarlo y permanecer en el ejército. Para estos hombres, el juramento era como si les hubiesen espolvoreado los ojos con polvo de hadas. De alguna forma, les servía de recurso. Si alguna vez dudaban sobre qué hacer, siempre podían refugiarse en seguir el juramento y seguir durmiendo bien, sabiendo que habían cumplido con su deber.