Año 377
Desde los inicios del Imperio romano, que a lo largo de siete siglos evolucionó de la república a la dictadura para acabar finalmente en la ruina, el único principio que respetaron todos los gobernantes fue que los líderes de Roma nunca debían mostrar clemencia con sus enemigos.
Ya desde el siglo V a. C., cuando la tribu original romana se estableció por primera vez en las siete colinas de Roma, después de echar a los etruscos y constituirse en República, los romanos empezaron a conquistar lentamente las tribus de los alrededores y fueron desarrollando la pauta básica que sentaría las bases del Imperio y que, más adelante, serviría de modelo para la mayoría de sistemas de gobierno occidentales. La República romana acabó con la idea de las dinastías hereditarias y la reemplazó por la de dos gobernantes, los cónsules, que compartían el poder y que eran elegidos entre los aristócratas de la clase conquistadora.
El modelo de compartir el poder duró hasta aproximadamente el año 34 a. C. A partir de entonces se impuso el gobierno dictatorial de los emperadores, que se inició con Augusto. Durante siglos, los emperadores expandieron el gobierno fascista de la Pax Romana por una arena de miembros cortados. Hacia el siglo IV, la principal ocupación del emperador era mantener el Imperio y defenderlo de las hordas bárbaras que clamaban ante sus puertas. Sin embargo, en aquel entonces el poder real del emperador residía en la Guardia Imperial, la cohorte de soldados que lo protegía.
La Guardia Imperial romana la creó el primer emperador Augusto hacia el año 1 como su propio ejército privado. Se la denominó Guardia Pretoriana, y su estructura, función y actitud eran muy parecidas a las de las SS. A lo largo de los siglos, los guardias pretorianos se dispersaron, pero fueron reemplazados por una estructura aún más brutal si cabe de guardias imperiales que ejercían su poder para elegir al emperador que querían y asesinaban a los que odiaban. Los guardias imperiales elegían a los emperadores con el objetivo principal de mantener el Imperio en un estado de lucha constante.
La preservación del poder era su objetivo primordial. El hecho de no mostrar clemencia era fundamental para conseguirlo.
Las revueltas y rebeliones incitadas por gente peligrosa como Jesús eran aplastadas brutalmente, aun a riesgo de acabar con ciudades enteras, por no mencionar la vida de la mayoría de sus rebeldes habitantes. Los supervivientes eran vendidos como esclavos o se los arrancaba de su hogar para conducirlos a Roma, donde eran sacrificados ritualmente en el Coliseo, delante del populacho de la ciudad, como prueba de la corrección de la forma de vida romana.
La mayor amenaza para el Imperio a lo largo de los siglos, además de las guerras, las hambrunas y revoluciones, la avaricia, la sed de sangre, la estupidez, la incompetencia y la locura de sus emperadores, era mostrar clemencia hacia los bárbaros. La clemencia, por así decirlo, se encarnó en el emperador Valente, al que le otorgaron el cargo de emperador oriental únicamente porque su hermano mayor era el emperador occidental. Alguien tenía que gobernar la parte oriental, y Valente fue quien abrió la brecha en el caparazón que finalmente condujo a la caída del Imperio romano.