La situación general
El mejor producto de exportación de la Unión Soviética siempre fueron los títeres. A cada oportunidad que se presentaba, los incansables revolucionarios del Kremlin se apoderaban de un territorio e instalaban gobiernos títeres para dirigir el espectáculo. Y cuando las cosas iban mal, como solía suceder, cuando la gente del lugar se daba cuenta de que no les gustaba que abusasen de ellos ni tampoco ser un rincón gobernado por los caciques del imperio soviético, los rusos, en un acto reflejo, exportaban su segundo producto de mayor éxito: el ejército.
Esta estrategia llegó a estar tan incrustada en la forma de pensar soviética que incluso se le dio un nombre, «la doctrina Brezhnev», lo que le daba un brillo erudito como si hubiese sido inventada por profesores en la Universidad de Invasión de Estados. Y por supuesto, una vez se ha creado una doctrina, necesita ponerse en marcha cada pocos años para que no se quede sin batería. Así pasa a ser una doctrina en busca de un objetivo.
Este objetivo apareció en el radar soviético en la década de 1970 a lo largo de su frontera meridional. Durante las primeras décadas después de la Segunda Guerra Mundial, Afganistán, aislado y pobre, ocupaba un lugar menor en la guerra fría. Sin embargo, tanto los americanos como los soviéticos enviaban pequeñas cantidades de dinero y consejeros para tratar de ganarse el favor del gobernante afgano, el rey Zahir.
Antes, durante la década de 1960, dos filosofías contrarias se introdujeron en las escuelas y universidades afganas: el comunismo y el fundamentalismo islámico. Al mismo tiempo, la economía empezó a derrumbarse. A comienzos de la década de 1970, Estados Unidos casi se había retirado totalmente para centrar en Vietnam toda su energía constructora de naciones.
En 1973, durante un viaje a Italia, el rey Zahir fue derrocado por su primo Mohammed Daoud, quien se mostró proclive a los comunistas. Por aquella época, los soviéticos habían pasado años enteros entrenando y equipando al ejército afgano y ostentaban una influencia considerable en el país. Daoud, al ver que su oposición real provenía de los islamistas, cayó sobre ellos y obligó a miles a escapar a Pakistán. Pero para gran consternación de los soviéticos, que esperaban controlar a Daoud, éste continuó ejerciendo una dirección independiente, insistiendo en unas ideas tan radicales como que los afganos tenían que gobernarse por sí mismos. Eso ya fue demasiado para los soviéticos y, en abril de 1978, los seguidores soviéticos del ejército lo asesinaron.
Seguidamente, los comunistas afganos, liderados por Nur Mohammed Taraki, se apoderaron formalmente del mando del país. Éste empezó inmediatamente a crear un culto a su personalidad e insistió en que la gente le llamase el «Gran Maestro».
Para sorpresa de los líderes soviéticos, Taraki se tomó la propaganda rusa en serio. No se contentó con crear una dictadura al «estilo Brezhnev», con un líder dándole vueltas a una economía estancada, sino que, en su lugar, interpretó los escritos más radicales de Lenin literalmente y empezó a encarcelar y asesinar a sus oponentes políticos. Impactados por la sorpresa de que alguien creyese realmente en sus propias tonterías, los líderes soviéticos, especialmente el jefe del KGB, Yuri Andropov, trataron de encontrar un sustituto.
Lo que realmente alarmó a los soviéticos fue el auge de poder de los islamistas. Los precoces rebeldes de las montañas se dieron a conocer en febrero de 1979 con el secuestro de Adolph Dubs, el embajador de Estados Unidos en Afganistán. Las tropas de Taraki, ayudadas por el siempre dispuesto KGB, consiguieron rescatarle, pero después se las arreglaron para que muriese en la misma operación. Estados Unidos respondió vigorosamente no haciendo nada. Taraki siguió sin enterarse.
Estaba demasiado concentrado eligiendo qué gloriosa imagen suya debía adornar los carteles ensalzando su grandeza para darse cuenta de que los fundamentalistas islámicos representaban para él la verdadera amenaza.
A principios de 1979, los líderes islámicos que habían empezado a alzarse y el ejército afgano, más leal a los jefes tribales que a Taraki, lentamente se dispersaron para unirse a los rebeldes. Taraki respondió haciendo la guerra contra su compañero matón comunista Hafízullah Amin, primer ministro del país, que disputaba a Taraki la supremacía en el partido. En septiembre de 1979, Taraki viajó a Moscú para reunirse con los líderes soviéticos. Cuando regresó, Amin y sus «guardias de élite» sorprendieron a Taraki, le hicieron prisionero y le ejecutaron.
Amin, el tercero en apoderarse del gobierno del país violentamente en seis años, se convirtió en el que vivió menos tiempo. Todo el mundo le odiaba. Los soviéticos, tal vez creyendo en sus propios rumores, pensaron que era un agente de la CIA que se había infiltrado con éxito en el partido comunista afgano, y los afganos vieron en él otra herramienta de los soviéticos. Amin odiaba a Estados Unidos porque había suspendido los exámenes de doctorado cuando era un estudiante graduado en la Universidad de Columbia. Los norteamericanos le odiaban porque él odiaba a Estados Unidos. Otro ejemplo de reacción automática.
Alarmados por la condición deteriorada de su aliado comunista, los soviéticos pensaron en varias formas de sacar de apuros a Amin. Sus conversaciones adquirieron una cierta urgencia cuando unos estudiantes radicales se apoderaron de la embajada de Estados Unidos en Irán y tomaron cincuenta rehenes americanos. Los soviéticos vieron que Estados Unidos había perdido a su aliado más estratégico en el borde meridional de la Unión Soviética, por lo tanto la reacción inmediata de los soviéticos fue creer que Estados Unidos se apoderaría de Afganistán como sustituto.
Con su habitual falta de planificación, Andropov sacó la plantilla de invasión del KGB. Seguiría las líneas de las de Hungría y Checoslovaquia: algunos golpes relámpago en las instalaciones clave de la capital, medios de comunicación importantes, ministerios gubernamentales, bases militares, un rápido cambio de gobernante y una larga columna de tanques para implantar la nueva ley y el orden. Al cabo de poco tiempo los soviéticos dejarían el país y su títere gobernaría sin oposición. Sacó el viejo guión y cambió los nombres.
Sin embargo, los soviéticos no eran el primer país en invadir Afganistán. Geográficamente, el país está ubicado entre Oriente Próximo, Asia Central e India y, a lo largo de su historia, ha servido de punto de entrada por donde han pasado ejércitos invasores, buscando lugares mejores que conquistar. Primero fueron los persas, después los griegos y los mongoles los que atravesaron los profundos pasos montañosos del país mientras los duros hombres de las tribus permanecían incólumes.
En 1837, desde India los británicos invadieron Afganistán con un enorme ejército. El objetivo era apoderarse de Afganistán antes de que lo hicieran los rusos y, de este modo, crear un parachoques entre el imperio soviético en expansión e India, la joya de la corona del Imperio británico. Los británicos capturaron rápidamente las ciudades más importantes de Afganistán e instalaron a su hombre como el nuevo rey del país. Pero los afganos despreciaban a sus nuevos gobernantes; enterraron sus feudos tribales y prepararon planes para expulsar a los británicos en una extraña premonición de la invasión soviética que iba a ocurrir más adelante.
Los afganos estallaron en rebelión abierta en 1841. Cortaron el enlace británico con India y atacaron a los británicos en Kabul. Miles de soldados y civiles resultaron atrapados en su fuerte y fueron muriendo poco a poco. En conversaciones con el líder afgano, llegaron a un trato según el cual se permitía a los británicos abandonar el país durante la primera semana de 1842. La lenta caravana sufrió horriblemente a causa de las bajas temperaturas y los ataques de bandas afganas. La cifra de bajas aumentó durante los días siguientes, a medida que los atacantes afganos se abatían sobre ellos cuando avanzaban penosamente por los pasos montañosos cubiertos de nieve. La marcha de la muerte duró una semana. Un único superviviente llegó a la guarnición británica de Jalalabad. Aunque el ejército británico regresó más tarde aquel mismo año para vengarse de los afganos, la aventura británica en Afganistán había llegado a un ruinoso final.
Los soviéticos no consideraron que este violento ejemplo de derrota pudiese extrapolarse a su situación. El control de crucero del imperio estaba encendido, los tanques llenos de combustible y todos a punto de ponerse en marcha.