La situación general
En 1939, el mundo se había convertido en un lugar sumamente peligroso. Hitler se había apoderado de Austria y Checoslovaquia sin demasiada oposición y Polonia fue el país siguiente. No obstante, estaba preocupado acerca de cómo reaccionarían los soviéticos ante su pequeña incursión. Los delegados de Hitler y Stalin sostuvieron una charla, después una conversación y finalmente celebraron una reunión. El resultado fue el Tratado de No Agresión entre nazis y soviéticos. El mundo fue informado de ello a finales de agosto, con el matiz de ironía de que un tratado entre los dos países más agresivos de la historia de la humanidad contuviera las palabras «no agresión».
Públicamente, el tratado hacía referencia al comercio y a otros temas positivos. En privado, Hitler consiguió que Stalin estuviese de acuerdo en no poner objeciones a su planeada invasión de Polonia. Es más, se repartieron Polonia y los pequeños como si fuesen M&M’s: Hitler se quedó con los azules y los verdes, y Stalin convertiría a los demás en rojos. El tratado asignó Finlandia a Stalin.
Con el tratado firmado, Hitler dio luz verde a la invasión de Polonia el 1 de septiembre de 1939, y cuando los británicos y franceses se lanzaron al rescate de Polonia con un violento bombardeo de furiosas palabras contra Adolf, la Segunda Guerra Mundial estalló. Adolf juró y perjuró que él nunca jamás consideraría invadir Rusia, pero Stalin, meritoriamente, aún tenía dudas sobre el carácter de Hitler. Stalin decidió reforzar las defensas de Leningrado y las bases navales que rodeaban el extremo oriental del mar Báltico, por si Hitler resultaba ser quien decía que no era. Pero al echarle una ojeada al mapa Stalin cayó en la cuenta de que los finlandeses poseían la mayor parte del territorio cercano a Leningrado.
La historia de Finlandia es complicada. Formó parte del poderoso reino de Suecia desde finales del siglo XIV hasta 1809, cuando pasó a manos del Imperio ruso. A finales del siglo XIX, los zares trataron con mucha dureza a los finlandeses y dominaron todas sus instituciones. Pero los finlandeses esperaron y, cuando el zar cayó en 1917, declararon su independencia. El 31 de diciembre de 1917, Lenin reconoció formalmente el nuevo estado independiente de Finlandia.
Pero la ola de agitación comunista que se había extendido por toda Europa también se había infiltrado en Finlandia.
Estalló una guerra civil entre los rojos prosoviéticos y la burguesía finlandesa encabezada por Mannerheim. Para derrotar a las fuerzas comunistas prosoviéticas, los finlandeses pidieron ayuda a Alemania. Con su apoyo y el de sus soldados, los finlandeses derrotaron a los rojos. El país había adquirido ahora un matiz decididamente proalemán y los soviéticos contemplaban su territorio finlandés perdido con anhelo y un cierto deseo de venganza.
En la década de 1920, tras el fallecimiento de Lenin, Iósif Stalin heredó el estado soviético. Juró recuperar Finlandia.
Leningrado, una ciudad rusa de vital importancia, se alzaba solamente a unos treinta kilómetros de la frontera Finlandesa.
Leningrado está ubicada en el istmo de Carelia, una franja de terreno de solamente unos sesenta kilómetros de ancho situada entre el golfo de Finlandia, al oeste, y el lago Ladoga, al este. No era una paranoia suponer que un enemigo soviético podría lanzar un ataque desde Finlandia bajando por el istmo y ocupar rápidamente la ciudad y sus importantes bases militares. Para evitar un ataque de este tipo, Stalin, prudentemente, quería quedarse con un pedazo de la zona fronteriza finlandesa.
Junto con los demás países escandinavos, Finlandia estaba sujeta a una frágil neutralidad e intentaba nadar entre las inestables aguas de Europa. En 1938 Stalin les pidió a los finlandeses que prometiesen que no se aliarían con Alemania y que no atacarían ningún territorio de Rusia. Al menos se lo pidió… Pero los finlandeses se negaron. Stalin, incapaz de creer que un país pudiese resistirse a atacar y conquistar a sus vecinos y de considerar que alguien dijese la verdad durante una negociación, inmediatamente desconfió de los finlandeses y supuso que estaban tramando algo. Por su parte, los decididamente confiados finlandeses no podían alcanzar a comprender que su respuesta no le sentase bien al rex ruso. A pesar de las advertencias de Mannerheim acerca de que la pequeña Finlandia sería rápidamente invadida, sus líderes se negaron a doblegarse ante la lógica y acabar con la servidumbre a Rusia.
Las negociaciones se estancaron y Stalin dio otra vuelta de tuerca pidiendo más territorio y bases. Los finlandeses se negaron una vez más. Al final de una reunión, el 3 de noviembre de 1939, Molotov, el ministro de Asuntos Exteriores soviético, les dijo a los finlandeses que ya era hora de que hablasen militarmente. Y a gritos. Es decir, utilizaron el código diplomático estalinista para decir «estás a punto de ser aplastado». Cuando los finlandeses volvieron a negarse, todos se estrecharon las manos y Stalin se despidió de sus homólogos finlandeses con los mejores deseos, otro código más para decir: «Estoy cavando vuestras tumbas». Entonces dejó de retorcerse el bigote y empezó a planear la destrucción de aquel país.