Un buen sonido es mejor que mil imágenes y una imagen vale más que mil palabras

El deseo de revivir una emoción pasada es lo que nos hace ir en busca de aquella foto o escuchar aquella canción. ¿Cuál de los dos ejerce mayor poder sobre nuestras emociones, las imágenes o los sonidos?

No hay ninguna duda acerca del poder que despiertan las imágenes tanto a nivel cognitivo como a nivel emocional. A nivel cognitivo, las imágenes cuentan como instrumento de permanencia para que lo aprendido se pueda asentar en la memoria a más largo plazo. Los medios audiovisuales se valen de ello y las utilizan, junto con la palabra, para hacernos comprender mejor la información. El hecho de que las imágenes generalmente se memoricen mejor que las palabras se conoce desde hace más de cien años, y los científicos lo denominan «efecto de la superioridad de las imágenes» (PSE, por sus siglas en inglés). Si presentamos información oralmente, al cabo de setenta y dos horas la mayoría recordaremos el 10 por ciento, mientras que si apoyamos la exposición con imágenes el porcentaje subirá al 65 por ciento. Conocemos intuitivamente la veracidad de esta afirmación, sin embargo la emergencia de los recuerdos en la conciencia es uno de los mayores misterios de la mente humana.

¿Cómo recordamos? Se sabe desde hace tiempo que el hipocampo es el responsable de codificar la información para ser guardada y que la transfiere a la corteza cerebral, en donde se almacena. El doctor Rodrigo Quian Quiroga, neurocientífico de la Universidad de Leicester, en el Reino Unido, ha monitorizado la actividad de neuronas individuales alojadas en el hipocampo y en el lóbulo temporal medio de pacientes epilépticos a los cuales ha implantado electrodos intracraneales. El investigador halló que ciertas neuronas respondían específicamente a las imágenes de alguien en particular, pero también a su nombre escrito y al sonido de éste. En definitiva, a todas aquellas características que contribuirían al «concepto» de esa persona.

Por ejemplo, en uno de los casos estudiados, una única neurona respondió a tres imágenes de Luke Skywalker, el protagonista de La guerra de las galaxias, a su nombre (escrito y hablado) y a una foto del Yoda, otro de los personajes de la película. Por el contrario, estas neuronas permanecían silenciosas si se mostraban imágenes de personas o cosas que no guardasen relación alguna. El descubrimiento de Quiroga, publicado en el 2005 en la revista Nature, y confirmado en trabajos posteriores, sugiere que los recuerdos se podrían formar mediante la conceptualización de los estímulos sensoriales en unas pocas células. Estas neuronas «concepto» podrían ser la base física de las habilidades cognitivas humanas, los componentes del hardware del pensamiento y la memoria.

Alicia recordó de repente una entrada del blog de Luis en la que éste, precisamente, reflexionaba sobre lo evidenciado por Quian Quiroga: «Hay muy pocas posibilidades de que alguien a quien se le piden cien euros para combatir el hambre y la enfermedad en Ghana acceda a desprenderse de su dinero. Pero si circula en su coche por una autopista y ve en la cuneta un cuerpo ensangrentado, le parecerá normal detenerse, transportar al herido a un hospital y pagar los cien euros que costará, como mínimo, la limpieza de su vehículo. Poner imágenes a un concepto abstracto en el cerebro surte un efecto inmediato. No visualizamos fácilmente el hambre en abstracto en Ghana, pero, en cambio, la imagen de alguien herido en la carretera activa reacciones de solidaridad inmediatas».

Un lector tuvo la valentía de la duda e hizo la siguiente aportación en ese mismo blog: «Lo de que una imagen vale más que mil palabras no deja de ser un tópico. Y no muy acertado, porque para algo nuestros ancestros inventaron el lenguaje hablado». No le falta razón, aunque cabe decir que en la evolución humana la visión estuvo mucho antes que el lenguaje, y la capacidad para comprender lo que nos rodea con la simple observación fue determinante para sobrevivir.

A pesar de la importancia de la visión, la potencialidad del habla y el lenguaje queda manifiesta al hablar por teléfono. Cuando escuchamos a nuestro interlocutor, podemos conocer inmediatamente, sin esfuerzo y sin emplear el contacto visual, de quién se trata —si es hombre o mujer, joven o viejo, conocido o desconocido, y quizá hasta su estado emocional— y qué quiere. En el reconocimiento de la voz (quién) y la percepción del habla (qué) están implicados los hemisferios derecho e izquierdo, respectivamente. Trabajos de investigación recientes han podido demostrar que, al contrario de lo que se pensaba, ambos módulos neurales no trabajan de manera independiente para descifrar el quién y el qué, sino que están funcionalmente integrados. Aún quedan por identificar los mecanismos neuronales que permiten estas conexiones.

Como hemos comprobado con «una imagen vale más que mil palabras», desde luego, toda sentencia aforística tiene sus matices, y lo bueno es que siempre nos invita a reflexionar…

Patrik Nils Juslin, neurocientífico investigador de la influencia de la música en las emociones, nos explica que los sonidos tienen mayor poder asociativo, empático o sugestivo que la imagen, el gusto o el tacto, por lo que son la mayor fuente de emociones para el ser humano. Por ejemplo, es conocido por todos que si nuestro cerebro establece una asociación entre una melodía y una situación determinada, seguramente la recordaremos en cuanto volvamos a escuchar aquellos sonidos.

La música es meramente una secuencia de tonos. ¿De dónde emana su poder? Recientemente se ha demostrado por primera vez que la música, como la comida, el sexo o las drogas, actúa sobre el sistema mesolímbico de recompensa y es capaz de liberar grandes cantidades de dopamina, el neurotransmisor del placer. Por eso, se nos pone la piel de gallina cuando escuchamos una melodía lo suficientemente emotiva. Los autores de este trabajo de investigación, publicado en Nature Neuroscience en el año 2011, demostraron que incluso la anticipación a las tonadas musicales más placenteras también provocaba la liberación de dopamina; nos ocurre lo mismo al pensar sobre el sexo. Los resultados de los experimentos llevados a cabo por el doctor Robert Zatorre explican por qué la música, sin ningún valor obvio para la supervivencia, es tan importante en la sociedad humana.

Por el contrario, sonidos no placenteros como rascar una hoja de cuchillo en un cristal, la tiza en el encerado o el llanto de un niño, actúan desde el córtex auditivo sobre la amígdala, la cual se activa durante el procesamiento de emociones negativas.

Pero entonces, ¿qué llegó antes, el lenguaje o la música?

No se trata de una pregunta trivial. La ciencia ha debatido sobre ello desde Darwin, quien llegó a proponer en su libro El origen del hombre un modelo de protolenguaje musical en el cual la música estaría antes que el lenguaje. Sin embargo, tradicionalmente se ha considerado a la música como un subproducto del lenguaje; después de todo, es uno de los atributos que nos hace humanos. Precisamente esta visión ha sido un lastre para investigar la respuesta.

¿Podríamos entender el lenguaje como un tipo especial de música? Algunos científicos opinan que la música, en vez de un subproducto innecesario, es una función central, crítica de nuestro cerebro. Quizá evolutivamente el sentido musical se habría desarrollado antes que el lenguaje para cimentar la adquisición del mismo. Los científicos siguen debatiendo sobre éstas y otras hipótesis. Lo verdaderamente importante es que nos hagamos preguntas cuyas respuestas rompan con los dogmas.

Seamos inquietos, seamos musicales.

¿Qué ejerce mayor poder sobre nuestras emociones, las imágenes o los sonidos? Nuestro cerebro ha evolucionado para codificar ambos estímulos, pero en lo relativo a nuestras emociones deberíamos prestarles mucha más atención, independientemente de la ruta de entrada.

El sueño de Alicia
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