¿Qué ocurre durante el envejecimiento?
Lo único en lo que la gente se fija es en ciertas peculiaridades del cerebro al hacerse viejo: la materia gris disminuye, es cierto, tanto en la corteza prefrontal como en el hipocampo. También sabemos que la materia blanca se empieza a consumir a partir de determinada edad. Alicia era también consciente de que sus reservas de dopamina seguían la pauta de ir disminuyendo un 10 por ciento cada década. Pero nada parecía morir realmente. Sólo la forma variable y oscilante de los cuerpos. Pero la inmortalidad está en los genes, y no en los cuerpos.
«Se diría que ya tenemos la ansiada inmortalidad, pero no en el lugar adecuado o más buscado; disponemos de ella a través de nuestro material genético, pero lo que nos encantaría es retenerla en el soma, en nuestro cuerpo. Mira por dónde, lo que nos encanta, lo único que amamos, de lo que estamos enamorados, se diría que es el cuerpo. Estamos hablando de la pura imagen que nos mira en el espejo; la depositaria única de la identidad preciada que perseguimos toda la vida. No me preguntes por el plasma germinal, el ADN, la información genética supuestamente inmortal, que estaba allí hace ya un siglo, miles de años, porque eso no me interesa para nada», así concluyó Alicia su reflexión sobre la inmortalidad, o el invento tardío de la evolución sobre la muerte.
Dentro de nosotros mismos, de cada célula recién llegada, yacen las señales de la historia más rocambolesca que se pueda imaginar: el origen de la vida en la Tierra data de hace tres mil millones de años, y nuestros antepasados evolucionaron de los primeros hominoideos hace unos seis millones de años. La sorpresa es mayúscula al descubrir que hemos llegado hace muy poco tiempo (al fin y al cabo, los fósiles más antiguos del Homo sapiens tienen 200.000 años), pero que estamos emparentados con el origen de los tiempos y el universo.
«Lo que prevalece en el mundo es el cambio, aunque le cueste creerlo a la persona adulta que estaba pidiendo un fármaco parecido al mío en la farmacia vecina. “No me entendía mi interlocutor al pedirle una aspirina en catalán”, le decía la clienta a la farmacéutica. Le parecía estrambótico que alguien no entendiera su lengua materna, ¡como si las cosas y los idiomas hubieran sido los mismos desde el principio de los tiempos! La realidad es que los cuerpos, los idiomas y las argucias aparecen y se extinguen igual que las especies, mientras que cada elemento de nuestro hogar planetario soporta cambios graduales o, por el contrario, episodios mecidos por revoluciones catastróficas. Todo cambia. ¿Cuántas veces hace falta repetirlo?», exclamaba en una ocasión Luis, disertando sobre el tema con Alicia.
Y es que, como apunta el gran paleontólogo norteamericano Neil Shubin, de la Universidad de Chicago, todas las rocas y cuerpos son cápsulas del tiempo que atestiguan los grandes acontecimientos que les dieron forma. Las moléculas que forman nuestro cuerpo son el fruto de acontecimientos estelares del origen lejano del sistema solar. Cambios ocurridos en la atmósfera de la Tierra predeterminaron tanto la naturaleza de nuestras células como los procesos metabólicos. Da la casualidad de que los estremecimientos de las cordilleras, las variaciones en las órbitas de los planetas o los cambios drásticos acaecidos en el propio interior del planeta, no sólo impactaron nuestros cuerpos y mentalidades sino el modo de percibir el mundo que nos rodea.
Muchos piensan que el motor de los cambios habidos han sido las disquisiciones y procesiones emblemáticas, religiosas. Es cuestionable. Alicia no podía olvidar la anécdota que le contaba Luis sobre su vida cotidiana: «Cuando alguna amiga o amigo me llama intentando convencerme de la necesidad de que vaya corriendo a un sitio determinado cuando estoy contemplando ensimismado el diente fósil al que precedieron miles de millones de años, seguidos por doscientos millones más, me resulta muy difícil perder la noción del tiempo: “Estoy acariciando un diente de hace doscientos millones de años… ¿Cómo quieres que salga corriendo?”».