Hacia la innovación disruptiva

La fusión entre la salud física y mental ha tenido una consecuencia considerada hasta hace bien poco no sólo exótica sino inalcanzable. Resulta que no se puede seguir ignorando la necesidad de conciliar entretenimiento y conocimiento. Los líderes y directivos están sometiéndose a un exilio forzoso con la cara cruzada por su mal genio. Si la simetría tiene que ver con la belleza y ésta con la ausencia de dolor, parecería evidente que un alma sana tiene que mostrarlo a los demás. Al contrario de lo que ocurría hace dos generaciones —cuanto más feo, mayor futuro académico—, ahora es imposible predicar y ser escuchado sin distraer o entretener.

Los maestros que no sepan hacerlo muy difícilmente podrán profundizar con otros en el conocimiento. El cambio en la vida social será aparatoso. Fue, no obstante, en las empresas donde primero se aprendió que sin entretenimiento es imposible ampliar el conocimiento. En la enseñanza la irrupción de la gestión emocional se hizo de manera deshilvanada, descoordinada y, sobre todo, sin diferenciar valores heredados de los emocionales. En la vida institucional y política se está todavía lejos de aceptar que con cara de pocos amigos no se consigue motivar el ánimo cooperativo.

Hay que ser conscientes de que en la época moderna sirve de muy poco predicar únicamente. Es preciso conciliar la difusión de las ideas innovadoras con los sentimientos en el seno de las empresas, en los centros educativos y en los pasillos y despachos del sector público. En los tres niveles se necesita abordar la inmensa tarea, lo que sólo se puede hacer supeditando la profundización en el conocimiento a las nuevas formas de entretenimiento.

Surgiría pronto la primera multinacional en el mundo capaz de convocar a más de un millón de participantes en cada sesión educativa; no deberían sobrepasar todavía los confines del mundo digital con las redes sociales, pero sí superar ampliamente el número de matriculados en los cursos tradicionales. La nueva multinacional aplicaría, escrupulosamente, los principios de la innovación disruptiva a una de las tareas más añejas y arraigadas en la tradición humana, la Enseñanza. Hasta hace muy poco tiempo, la eficiencia y criterios de productividad no permitían sobrepasar el número de treinta alumnos por clase; en caso contrario, no había ninguna posibilidad de mantener un nivel de eficiencia comparable, teniendo en cuenta la acústica, los niveles de atención o de participación y creatividad individual.

Lo que define a la llamada innovación disruptiva es traspasar la ejecución de una tarea supuestamente aburrida a una empresa externa, a precios inferiores a los gastos típicos de la situación anterior; la contrapartida consiste en aceptar una rebaja inicial en la calidad del producto. El tiempo todo lo corrige y, efectivamente, a los pocos meses de haber subcontratado la tarea, la calidad ya es la misma pero el precio sigue siendo más barato. La empresa ahorra costes y dispone de recursos sobrantes que puede dedicar a tareas más productivas.

En el campo de la enseñanza, eso mismo ofrece la oportunidad de introducir el entretenimiento al impartir conocimiento: música, arte, teatro, talleres vinculados a disquisiciones más detalladas del pensamiento y, sobre todo, un número incomparablemente mayor de alumnos intercambiando versiones digitales del conocimiento transcrito.

Alicia no tenía ni idea de por qué estallaban como un terremoto las conexiones corticales del dolor humano en su corazón al recordar uno de los tres o cuatro párrafos, no más, de los e-mails enviados por los admiradores de Luis en busca de respuestas inalcanzables a las preguntas de seres atormentados por medicamentos o por la falta de ellos. Acariciaba todas y cada una de las palabras de la última carta que la había sacudido hasta en lo más íntimo de sus sentimientos, la de una madre primeriza que, ansiosa por darle la mejor formación posible a su pequeño, pedía consejo a Luis acerca de la educación de la parte emocional del ser humano.

¿Existe acaso otro objetivo más perentorio, codiciado o simplemente querido que el de ser feliz? ¿Cómo es posible, sin embargo, que el derecho a la felicidad sólo figure en una de las Constituciones conocidas en todo el mundo? Esa madre primeriza concedía a la gestión acertada de las emociones una enorme importancia para ser feliz, la prioridad máxima. Nada se anteponía a ello. Nada, salvo la masa incrédula de convicciones despavoridas en sentido contrario. Alicia se dio cuenta al final de su reflexión de que todo estaba por hacer.

El sueño de Alicia
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