En la feria del libro de Polignano a Mare
Amigos comunes habían sugerido a Alicia que asistiera al ciclo de conferencias que se celebra todos los años en la feria del libro de Polignano a Mare, en la provincia de Bari, al sur de Italia. El antiguo pueblo está rodeado de una fosa medieval, construida en su tiempo para defenderse de los sarracenos, que las olas del mar han ido excavando en cuevas habitadas unas veces y abandonadas otras a los fósiles; de su antiguo puente levadizo quedan las cadenas que lo movieron, así como los cubos con los que se vertía el aceite hirviendo sobre los piratas marinos. Allí pudo Alicia intercambiar opiniones acerca de temas muy diversos.
Le interesó especialmente la tesis defendida por uno de los ponentes que fue aclamada por un sector mayoritario del público:
—¿Alguien ha podido identificar a algún dirigente que defienda, por encima de todo, la necesidad de que él o su país puedan ayudar a los demás? Si nadie lo va a saber, no hay problema en comportarse como un gusano venenoso, explotando al otro hasta que no pueda resistir más. Según la teoría económica que ha regido durante la mayor parte de los siglos XX y XXI, ésa ha sido la manera real de comportarse de las autoridades competentes, tanto nacionales como de los organismos internacionales.
»Los dirigentes del mundo conocido se enamoraron de la teoría que llamaban “del interés propio racional”, en virtud de la cual cada individuo toma decisiones en función de su propio interés o sólo de su país. En el mundo del vídeo de entretenimiento lo llaman el juego de la confianza, sin darse cuenta de que no va en absoluto con la gente real.
La mayoría de los directivos y dirigentes actuales no se han enterado de que todo está cambiando. Los científicos que se han puesto a comprobar la supuesta existencia de la confianza en los demás, basada en la persecución del interés propio, están descubriendo que las cosas no funcionan así. Ahora resulta que las dosis de comportamiento positivo aumentan el bienestar de los colectivos considerados. Los científicos están demostrando, además, y aunque pocos les hagan caso todavía, que moléculas como la oxitocina desempeñan un papel importantísimo a la hora de responder a un gesto de confianza, como el desprenderse de dinero sin compensación aparente.
Alicia quiso profundizar en las ideas que lanzaba el popular ponente.
—¿Cuáles son, pues, los grandes cambios que se avecinan? ¿Qué vamos a ver todos los días a lo que no estamos para nada acostumbrados? —preguntó con cierta timidez.
—Básicamente, tiene que ver con las llamadas nuevas competencias. En los últimos años, que casi la mitad de los jóvenes en edad de trabajar se han sumado a las filas de parados; estamos descubriendo que esto tiene mucho que ver con el hecho de que, en general, se desconocen las competencias necesarias para integrarse en la nueva sociedad del conocimiento.
—¿A qué competencias te refieres? ¿Podrías darme más información? —preguntó Alicia, recordando una conversación similar mantenida con Luis tiempo atrás.
—La creatividad, entre otras, pero ya encontraremos la ocasión de hablar con cierto detalle de este tema fundamental. De momento, déjame que te cuente la historia personal de una joven que estuvo en mi clase. Yo sabía por rumores del grupo escolar que ella era muy buena en ballet clásico; ahora bien, algunos ejercicios corporales de esa disciplina, como el cambré, la torsión hacia atrás de la espalda, o las llamadas «puntas» de madera en los pies, son contra natura. Las bailarinas aprenden desde los primeros días a olvidarse del dolor provocado por las contorsiones constantes de los dedos de los pies y a concentrarse en su arte. Actúan como si no sintieran el dolor, siendo esa propiedad su ventaja más decisiva a la hora de competir con los demás. Así era en mi clase de gestión emocional. ¿Algún otro joven podría igualarla a la hora de competir en el conocimiento de las llamadas nuevas competencias? Tal vez sí, pero nadie sabía siquiera lo que era haberse olvidado del dolor. Ésa era su ventaja comparativa más decisiva. Había recuperado la creatividad de los humanos, arrinconada y postergada durante años.
En la feria del libro nadie quiso entretenerse en exceso ahondando en el segundo soporte del nuevo conocimiento; correspondía explicarlo a los tecnólogos e informáticos que estaban configurando un futuro difícilmente aceptado por la gente común. Por ello se adelantaron sólo los títulos de lo que ya estaba aconteciendo. El primer salto adelante se reflejaba en la renuncia al avasallamiento del individuo con los nuevos trucos y sensores para facilitar su incorporación al universo nuevo. Esos gadgets ya existían; lo que estaba cambiando era su localización medioambiental. A toda costa se quería ahora preservar la independencia individual colocando las extensiones robóticas de uno mismo en la pared en lugar de en el cuerpo.
El segundo componente de la nueva realidad estaba diseñado por el convencimiento repentino de que la gente no quería desplazarse y que por ello los nuevos inventos tomarían la forma de detectores y registradores de lo que estaba ocurriendo, en lugar del traslado obligado y convencional al despacho del especialista. La gente no quería desplazarse a otro despacho; le bastaba, cuando lo hacía, con desplazarse al campo.
La medicina ha descubierto recientemente la importancia inesperada de las caídas a partir de una edad determinada. La gente no es consciente de que más de un tercio de todos los que resbalan cada año tienen sesenta y cinco años o más, y que en Estados Unidos alrededor de veinte mil personas mueren cada año por ello; por eso importa hoy la manera que tienen los mayores de ablandar su velocidad, el alcance de sus zancadas o los defectos en sus normas de equilibrio.
Por último, en el futuro próximo la personalización de las mediciones será algo habitual. Hoy se sabe que las personas que sufren una depresión aminoran su marcha y movimientos, gritan más de lo normal y utilizan menos variedades tonales. El estrés es uno de los factores de riesgo más importantes. ¿Por qué no automedirse?