De Brasil a México
Ésa fue también la zona elegida por el padre de Alicia. Tras un largo viaje que los llevó a atravesar medio continente, un periplo delicioso pero también lleno de episodios inquietantes, toda la familia accedió casi oculta, sin que apenas nadie los notara —como una de tantas mariposas—, a una hacienda de Los Saucos adscrita al Valle de Bravo. No podía haber otro ambiente más rural, rodeado por inmensos bosques de oyamel y pino empeñados, como las mariposas monarca, en invadir la única carretera en veinte kilómetros a la redonda.
Alicia pasó los siguientes tres años como chica de servicio. Su primera jefa era una mujer mala y rencorosa que nunca dejó de tratarla como a una esclava. La violencia encubierta cesó cuando, a raíz de una bofetada inmerecida, Alicia decidió amenazarla con degollarla; con un vaso roto por ella misma en la cocina apuntó hacia la interfecta: «Si me vuelves a pegar, te rajo la garganta», le dijo. A los pocos días encontró refugio en la casa de un tetrapléjico.
A Alicia le gustaba recordar cuando, por primera vez en su vida, tuvo tiempo para sentir y meditar sobre la soledad y el desamparo. Con trece años empezó a fijarse en los varones que la miraban. Le gustaban los hombres de edad tres o cuatro veces superior a la suya, una costumbre que conservó toda la vida, porque le aburrían soberanamente los más jóvenes. También ellos intuían que la muchacha estaba a años luz de la gente de su edad. A los adolescentes les suelen cautivar las hembras cinco o seis años mayores que ellos; a los veintiséis años, más o menos, se igualan las edades deseadas por unos y otros; a partir de entonces, ellos las prefieren más jóvenes. Durante años, los científicos han discutido si se trata de una señal genética o conductual.
Pero lo cierto es que la soledad que Alicia sentía desde que tenía conciencia se había agravado por la separación de su familia. México supuso una suerte de diáspora en busca de la supervivencia. Y ella empezó a sentir una intensa atracción por el universo masculino, intuyendo que, quizá, allí encontraría algún bálsamo para esa soledad, dura e inquietante.
Alicia no era consciente de que sólo la mezcla de amor y deseo con varones de su gusto podía colmar en cierta medida el vacío provocado en su alma por la disolución familiar. La primera reacción frente al desamparo y al miedo de encontrarse sola consistió en adentrarse en el mar de la sexualidad, lo que la llevó a recordar más de una vez a lo largo de su vida el mapa de los instantes vividos en las noches de pasión compartida, el significado de sus búsquedas, la fuerza del placer entrecortado… Tantos miedos y tormentos, enfrentada su fragilidad femenina al poderío de hombres siempre mayores que ella.
Años antes de que un cirujano estético modelara sus senos y pasaran una noche juntos, Alicia decidió aceptar la invitación de otro médico, también cirujano. Se habían encontrado cuando él salía del hospital y ella pasaba por delante de la puerta principal, camino de su casa; Alicia no vaciló ni un segundo en mirar insistentemente hacia atrás en su dirección, hasta que sus miradas no tuvieron otro remedio que cruzarse. La respuesta fue lenta aunque concienzuda: él aceleró su paso hasta darle alcance y pasarle una nota: «Llámame al teléfono 55 387 864 7721. Necesito que nos veamos». Ella no lo hizo hasta transcurridos tres días, pero no se arrepintió nunca. Junto a Jacinto, logró apartar de sí la soledad que se empecinaba en marcar sus días y sus noches. En su primer encuentro, ella, siempre curiosa, siempre dispuesta a conocer, quiso saber su opinión acerca de algunos temas. Intrigada porque él parecía no tener prisa por tocarla, le preguntó por los diferentes ritmos de hombres y mujeres en el sexo.
—Por lo general, las mujeres son más lentas que los hombres; eso lo sabe todo el mundo, y tiene que ver con lo que llaman vuestra libido, que necesita que se den ciertas condiciones para activarse. Por ejemplo, que vuestro cerebro emocional se inhiba, que desconectéis de emociones como la inseguridad o el miedo y os dejéis llevar. A nosotros, en cambio, estar ansiosos, bien o mal, nos da igual. Lo único que cuenta es la excitación, y eso nos lo despierta la imagen de una mujer guapa.
—¿A qué llamáis una mujer guapa? —le preguntó ella.
—En ciencia, lo que es verdad de un promedio puede no serlo de un individuo; eso nos complica la vida a los médicos pero también la hace más divertida. A mí, por ejemplo, me ocurre absolutamente lo contrario de lo que tú crees de nosotros. Curiosamente, aunque te murieras de ganas de que te penetrara la primera noche de nuestro encuentro, me negaría alegando que es demasiado pronto.
—No me puedo creer eso que dices; seguro que tienes tus propias razones y, a lo mejor, tu actitud es más bien el resultado de un escarmiento.
—Te equivocas. No es la primera vez que te veo cruzar la puerta de ese Hospital Mayor. Si estuviera enfermo o me invadiera el miedo de un contagio, no tendría las ganas que tengo de tener hijos contigo.
—¿De verdad sientes lo que dices?
—De verdad. Se dice que la mujer es, precisamente, la que más se esmera en encontrar la pareja adecuada para el padre de sus hijos, mientras que a él sólo le importa el placer inmediato. En mi caso, ya te he dicho que es al revés; me importa mucho el cuerpo y la mente de la futura madre de mis hijos. Lo seguiremos hablando el próximo día, ¿de acuerdo?
—¿Cómo no voy a estar de acuerdo si yo creía que hoy mismo ibas a acariciarme?
—Soy médico, pero te lo tengo que preguntar a ti. ¿Por qué te sientes atraída por mí? Seguro que te sobran pretendientes…
—Es cierto que vosotros sabéis mucho más de estas cosas, pero en la hacienda aprendí de pequeña que los humanos necesitan pertenecer a un colectivo, de humanos o del resto de los animales: «Doutor, ¿o senhor pode me dar un remédio para solidao?» Son preguntas que rara vez se atreve a hacer la gente, pero que son sentidas por multitud de jóvenes desamparados, mayores sin casa, moradores de hospicios y lugares de asilo… Y yo he sentido que a tu lado esa soledad se disipaba.
—Me complace mucho que digas esto. Saciar esa soledad es imprescindible para mantener una buena salud física y mental.
Alicia tenía la impresión de estar en la primera fila de una clase magistral; estaba embelesada escuchándolo mientras él proseguía su reflexión.
—La soledad debería ser uno de los objetivos primordiales del sistema sanitario, en lugar de diluirse en un añadido de terapias consideradas esenciales como la lucha contra la depresión.
Todos esos recuerdos y muchos otros los compartió Alicia a lo largo de los años con el que fue su mentor, quizá su vínculo emocional más intenso. Con Luis, el Gran Sabio. En aquella habitación de sus primeros encuentros, Alicia saciaba su sed por saber y ponía límites de nuevo a su soledad. Según el psicólogo norteamericano Abraham Maslow, «cuando la única herramienta de que disponemos es un martillo, tendemos a creer que todos los problemas son un clavo». Alicia nunca había oído hablar de Maslow, pero pensaba exactamente lo mismo.
—La verdad es que la herramienta de que se dispone para analizar la realidad no es mucho más compleja que un simple martillo —apuntó en una ocasión Luis ante la curiosidad de ella.
—Me gustaría poder rastrear de qué manera las emociones conmueven a la gente y determinan la mayor parte de su conducta.
—¡Ah, las emociones, Kalmikia, hasta no hace mucho las grandes postergadas! ¿Sabes? Nuestras emociones forman parte de lo que somos, de nuestra personalidad, y marcan nuestros aprendizajes, nuestra forma de relacionarnos con los demás, con nuestro entorno, el modo en que nos enfrentamos a la vida… Muchas de ellas me superan a veces cuando me invaden los recuerdos…
Los recuerdos, esas construcciones de nuestra mente fruto de la realidad y lo imaginado que nos ayudan a construir nuestra identidad, inundaron de repente el pensamiento del hombre. La energía e imaginación de Alicia le recordaron al niño inquieto que fue, y a los amigos que habitaron sus años dorados en la Vilella Baixa, durante aquel período de libertad y aprendizaje en plena naturaleza.
Ni él mismo supo por qué, de pronto, en aquel lugar perdido de México, iba a relatarle a su joven amiga el recuerdo más impactante de su infancia. Pero lo hizo. Nunca se lo había contado antes a nadie.