Gestionar los sentimientos es posible
«Una de cada cuatro personas está enferma de soledad, tristeza, depresión, estrés o discapacidad mental, y, salvo darles estupefacientes y proporcionarles tratamiento con antidepresivos, se hace muy poco más por ellos. ¡Es tan fácil imaginar un horizonte muy cercano en el que será posible gestionar lo más recóndito del corazón, del cerebro y de los músculos!», suspiró Alicia antes de preguntar en público al ponente qué más se estaba descubriendo en ese ámbito que se pudiera aplicar a la vida cotidiana.
—Algunas prestaciones son todavía ciencia ficción, como lavadoras o cocinas móviles, pero otras muchas son ya cotidianas gracias a cambios de rumbo decididos después de largas horas de investigación. Se ha desistido de avasallar el cuerpo del discapacitado con sensores y buscado, en su lugar, lo que llaman «localizaciones medioambientales»; se ha tardado poco en descubrir que la gente no atosiga su cuerpo con aparatos. Prefiere tenerlos en la pared.
—¿Qué más estáis descubriendo en la vida cotidiana? —siguió preguntando ella.
—Que ir a una guardería reduce las ganas de cuidarse uno mismo y que la gente ha empezado a huir de las ciudades. Ya se sabía que, por razones de seguridad, se prefiere recurrir a detectores infrarrojos del movimiento, pero ahora se está aprendiendo a diagnosticar las estructuras personales de actividad, como la frecuencia de entradas y salidas del hogar; o el tipo de insomnios que producen taquicardias. Bailar con robots era algo insospechado hasta ahora, y sin embargo ni los pacientes ni los médicos dudan de que el acompañamiento del robot distrae, es saludable y terapéutico.
»Son ya muchos los convencidos de que las web de telemedicina ofrecerán pronto todo tipo de servicios que antes estaban reservados a unos pocos pacientes. Cuando se empezó a usar la telemedicina en Estados Unidos, hace ya más de una década, se aplicaba sólo a pacientes que estaban en sitios supervisados, como hospitales o prisiones, residencias de ancianos, veteranos de guerra o clínicas rurales. Es cierto, sin embargo, que ya no falta nada para que los pacientes telegestionados puedan tener acceso a todo tipo de tratamientos en cualquier momento del día y en cualquier lugar.
»Pueden surgir inconvenientes, por supuesto, como la necesidad de convencer a los médicos y psicólogos de las ventajas de la generalización del tratamiento digital, estructurado por ahora a partir de las videoconferencias por Skype con webcam. Hoy los pacientes ya pueden, gracias a sitios web, acceder a todo tipo de servicios médicos en cualquier momento del día y desde cualquier lugar. La telemedicina permite, recurriendo a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), suministrar servicios médicos con independencia geográfica de médico y paciente. En los países desarrollados cada vez hay más gente mayor que vive en residencias y que necesita atención especializada, para la que es muy engorroso desplazarse físicamente; los médicos no darían abasto.
Hay detalles que no hará falta impulsar sino prevenir, por ejemplo, que se rompa la conexión de internet de vez en cuando o que deje de funcionar la cámara. Eso considerando lo negativo, pero cuando se mira al futuro existen también los impactos muy positivos de lo que viene, como lo que llaman los científicos el «efecto del ganador».
—Y eso ¿qué es? —preguntó Alicia al organizador del evento.
—¿Por qué crees tú que algunas personas consiguen el éxito más fácilmente que otras? —El maestro de ceremonias, más que hablar, meditaba con los ojos cerrados—. El winner effect, como lo llaman los norteamericanos, es un término utilizado en biología para describir cómo un animal que ha salido vencedor de diversas peleas tiene muchas posibilidades de seguir ganando en contiendas futuras combatiendo a contrincantes más peligrosos o preparados. Es la historia de los secretos del éxito. Se trata de saber por qué unas personas tienen todas las de ganar y otras, en cambio, rehúyen el éxito y el poder que confiere.
—¿No tendrá el esfuerzo, su razón última, algo que ver en el resultado? —apuntó Alicia.
—Efectivamente.
Alicia prosiguió su interrogatorio.
—O sea, que la victoria no es una cuestión de suerte o de las circunstancias. Pero si el éxito no es el resultado inevitable de nuestra acta de nacimiento, ¿cuáles son entonces los ingredientes adicionales? En otras palabras: ¿en qué nos modifica el poder?
—Es bien conocido, y lo explica muy bien el neurocientífico y psicólogo clínico Ian Robertson: cuanto más elevado sea el nivel jerárquico de una persona, más poder se ejerce sobre todos los que están situados por debajo, ya sea psicológico, físico o financiero. El poder inyecta testosterona en la sangre, que, a su vez, y gracias al winner effect, hace todavía más intenso ese poder al garantizar que se seguirá ganando en el futuro.
»Lo de menos es que existan pruebas sobradas de que la correlación entre el lugar ocupado en la escala social y el sentimiento de autoestima sea impecablemente preciso. El número uno en la escala jerárquica puede con todo el mundo. El número diez le gana al once pero pierde con el nueve.
Se sabía o intuía que todo el mundo se cebaba con el último mono. Lo que no se sabía es que no sólo el último lugar en la jerarquía social determinaba el mayor grado de desprecio, sino que la estima ajena dependía, en todos los casos, del lugar exacto que se ocupaba en la jerarquía social; no sólo el último o el primero eran cruciales, sino que cada nivel jerárquico tenía su correlato de poder. Sólo el entretenimiento podía moverlo.