Conciliar entretenimiento y conocimiento
El doctor B. L. siempre supo que el humor y los humoristas formaban parte del nuevo aprendizaje social: por fin se estaba a punto de aceptar la necesidad de conciliar entretenimiento y conocimiento. Acababa de grabar un programa de humor unos días antes en París: «He descubierto dos secretos que podría muy bien transmitir a los científicos, desde luego, y al público en general. Los buenos humoristas han sido los primeros en darse cuenta, mucho antes que la propia comunidad científica, de que la felicidad no está necesariamente donde uno espera que esté; como dice uno de ellos: la felicidad está debajo del musgo. Los científicos afirman que tiene varias dimensiones, lo que es muy parecido. Los dos están sugiriendo que ¡depende!».
Es evidente que tanto la comunidad científica como los humoristas creen a pies juntillas que los físicos cuánticos, descubridores de ese mundo extraño que ha permitido inventar los ordenadores, el DVD, la ciencia de los materiales o el láser, están en lo cierto. Incluso grandes pensadores como Newton eran dogmáticos, en el buen sentido de considerar que ellos podían prever lo que iba a ocurrir en el futuro, por la sencilla razón de que eran lo suficientemente inteligentes para estudiar a fondo el preámbulo; en otras palabras, su extraordinaria inteligencia les convencía de que serían capaces de explorar a fondo todas las causas de lo que iba a ocurrir. Por ello, Newton y todos los sabios coincidían con los poco dotados, en el sentido de que ambos podían describir el futuro. Si se conocían las causas, se podían prever los efectos. Y si se era un dogmático, o no se cambiaba de opinión ni a la de tres, nada haría cambiar de parecer sobre lo que venía.
No todo el mundo ha aceptado el principio de la incertidumbre, descubierto por el famoso científico Werner Heisenberg. El profesor de Astrofísica de la Universidad de Cambridge, Arthur Eddington, decidió en 1919 desbancar de su pedestal al patrón de todos los científicos e inventor de la teoría de la gravedad, Isaac Newton, sustituyéndolo por Einstein y su entonces nueva teoría de la relatividad general. Un cosmólogo polaco felicitó a Eddington por ser uno de los tres científicos que entendían la nueva teoría de Einstein sobre la relatividad general, reprochándole, además, que no acabara de aceptar el cumplido: «Todo lo contrario, lo que ocurre es que estaba pensando en quién podría ser la tercera persona», replicó Eddington con un punto de sarcasmo.
El doctor Richardt cerraba los ojos mientras recordaba lo fantástico que es despertarse un buen día con que otra persona «que ha tenido tiempo de comprobar si era cierto lo que supuestamente habías descubierto, viene corriendo hacia ti para decirte que ha demostrado lo contrario de lo que proponías».
—Hay otra razón por la que se pueden defender las tesis de muchos humoristas —intervino esta vez el doctor L. R., con la calma y desfases de tiempo que le caracterizaban—, me refiero a una muy sencilla que tengo la oportunidad de comentar con muchos amigos a diario. ¿Os habéis percatado de la cantidad de gente que todos los días anda por la escuela, la empresa o, sencillamente, por la calle sin una sonrisa? ¿Os dais cuenta de la muchedumbre convencida de que es posible innovar sin entretener o distraer a la gente? Son personas que no han aceptado todavía que el gran cambio de este siglo y el que viene consistirá en saber conciliar entretenimiento y conocimiento. Los humoristas buenos pueden distraer y hacer reír sin dejar de resaltar el conocimiento, aunque sea simulado o para engañar al personal. Los que no sepan conciliar en el futuro entretenimiento y conocimiento, en la universidad o en el trabajo, en la política o en la pareja, no conseguirán nunca que despegue la innovación productiva alrededor de ellos.