El poder de la intuición

A Alicia las decisiones le venían dadas desde el inconsciente. Cuando le invadía el desasosiego era siempre por razones que no tenían nada que ver con optar entre lo malo y lo peor. Le podía aterrorizar una serpiente o un borracho en la soledad de la noche. Un ronquido solitario en la pradera la alertaba como el estallido de un disparo en la habitación contigua. Percibía la realidad, pero nunca se planteó siquiera que iba a decidir su propio destino. Dios sabe cómo, había intuido, desde que tuvo uso de razón, que sus neuronas habían decidido por ella el siguiente paso.

—¿Creen acaso las personas que conozco que alguien escondido en algún recodo del cuerpo podrá decidir, tras evaluar por su cuenta, lo que mejor conviene a cada uno? Apañados estarían los humanos si, además de concentrar atención y recursos en percibir, descodificar primero y codificar después, memorizar, extender y preservar la realidad, tuvieran además que decidir lo que conviene en cada caso, en cada minuto de su quehacer diario.

»¿Cómo puede el resto de la gente pensar que dispondrán del tiempo y el esfuerzo necesarios para evaluar toda la ingente información disponible en cada segundo?

Luis le recordó que para completar la percepción exterior contaba con la ayuda de la memoria. Inestimable.

—Permite almacenar instantes o procesos de la vida que sirven de precedente para no equivocarse después. A medida que se avanza en edad, el archivo en el cerebro de lo ocurrido se enriquece de tal modo que es muy difícil no ser más feliz que en períodos anteriores. Los músculos de un septuagenario no estarán a la altura de los de un adolescente (que no se intente comparar, por favor, la intensidad de la función eréctil de uno y otro), pero la disponibilidad de recuerdos útiles y contrastados es incomparablemente mayor en el caso del primero. El manejo de un número mayor de activos sofisticados es inevitable; de ahí que acceder a la felicidad sea también más fácil a medida que la edad aumenta. Porque los resortes de la felicidad aumentan.

—Absolutamente todas las mujeres, ya puedo anticipártelo, pensamos lo contrario —le interrumpió Alicia.

—Ya sé por qué dices esto, pero son razones que no tienen nada que ver con la felicidad, sino con las formas que la anatomía adopta con el tiempo. La infancia, la adolescencia, la mayoría de edad, la madurez y la vejez están muy bien diferenciadas, aunque no por los motivos que les atribuye la gente, sino por las únicas razones que explican la supervivencia de la especie.

—Ahora me he perdido…

—El biólogo experto en reproducción y veterinario David Bainbridge es quien mejor lo ha resumido: cada etapa de la vida tiene un protagonismo esencial, nacemos, crecemos, alcanzamos la madurez sexual para reproducirnos, y lo hacemos… Así hasta llegar a la mediana edad, que supone una cima de la evolución. Las mujeres de más de cuarenta años pueden lamentar que su cuerpo no sea el mismo que cuando eran jóvenes o que se les haya pasado la edad para tener hijos, pero están perfectamente preparadas para satisfacer las necesidades de la familia y la sociedad, unas necesidades que difícilmente pueden asumir las más jóvenes o las más mayores, y estos cambios son clave para asegurar el éxito de la especie humana. Porque aspectos tan importantes como el poder del cerebro permanecen intactos.

—Mujeres de más de cuarenta y hombres también, ¿no?

—Excepto en la cuestión de la reproducción, ocurre lo mismo con los hombres, claro. Pero en general a partir de los cuarenta y tantos la mayoría ha dejado atrás el período de maternidad o paternidad y pueden dedicarse plenamente al desarrollo de la sociedad. Porque para compensar las pérdidas físicas, las personas de mediana edad desarrollan habilidades organizativas y planificadoras que, además, compensan la pérdida de la velocidad de reacción. Muchas mujeres se lamentan de la aparición de grasa en el abdomen, muslos y caderas, pero sucede porque en términos evolutivos tener más grasa ha permitido a nuestros antepasados sobrevivir en tiempos difíciles, dejando más alimentos a las generaciones más jóvenes. Puro sentido común evolutivo.

El sueño de Alicia
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