Identificar y controlar el propio elemento
—¿Estar bien? ¿Qué es estar bien? Tener el sentimiento de que uno controla su vida. La gente busca desde que nace hasta que muere el amor o el reconocimiento del resto del mundo —intervino el docteur Richardt—. Cuando uno se siente bien es que lo ha logrado; cuando se siente a gusto por dentro, decimos los psicólogos que se está en posesión de lo que siempre se ha estado buscando.
—Ahí radica la gran diferencia con perder el tiempo —apuntó Alicia cariñosamente pero con cierto ánimo de reproche—. La gran equivocación de muchos jóvenes y padres consiste en creer que lo importante es descubrir, simplemente, lo que a uno le gusta. No se trata sólo de identificar lo que se anda buscando, sino también aquello en cuyo conocimiento se ha profundizado tanto que se está seguro de controlarlo. Encontrar el propio elemento es no sólo identificarlo sino, gracias al esfuerzo derrochado, tener la seguridad de controlarlo.
Es muy posible que Ken Robinson, el mejor educando de los tiempos modernos, el que más ha insistido en la necesidad de estimular el talento, la creatividad y la vocación artística, el que más claramente apostó contra viento y marea por la no jerarquización de las competencias —no tiene sentido que en los sistemas educativos la física figure siempre en primer lugar y la danza en el último—, intuyera sin ser consciente de ello que los últimos descubrimientos científicos iban a revolucionar los sistemas educativos.
Walter Mischel, de la Universidad de Columbia, pudo descifrar además la ventana del tiempo para asimilar cuándo se podía profundizar en el «elemento». Cuándo era mejor o más rentable aprender las nuevas competencias para triunfar en la vida, como saber gestionar las emociones evitando el miedo por encima de todo; no jerarquizar las distintas disciplinas otorgando a la creatividad el papel prioritario que le corresponde; identificar el llamado «elemento», cuya ejecución le identifica a uno con su razón de ser, ya sea profundizar en el ejercicio de la danza, o de las matemáticas.
El elemento es, posiblemente, el mensaje central del libro de Ken Robinson que lleva ese nombre. Como explica con enorme claridad el autor, vale la pena invertir el tiempo que haga falta en encontrarlo y el esfuerzo para adecuarse al nuevo entorno, cuando se constata que no es el habitual. Ahora bien, no basta sólo con hallar el elemento; es preciso dominarlo, profundizar en su conocimiento, controlarlo. Eso requiere esfuerzo continuado y mucho talento.
Es posible que una gran parte del público e instituciones ignoren durante un tiempo el mensaje de Ken Robinson. Y no porque resulte difícil de asimilar, sino porque profundizar y controlar las nuevas competencias para vivir comporta cambios tan trascendentales que la gente y las instituciones se lo pensarán dos veces antes de cruzar el río. Hay algo de lo que se puede estar seguro: tarde o temprano no habrá más remedio que cruzar el río e iniciar la revolución más importante de las que ha habido. Conocerse por dentro, gestionarse a uno mismo y poder entonces abordar la tarea de controlar lo que está fuera.