Ha llegado la hora no sólo de observar sino de controlar

Otro gran cambio de cara al futuro que daba por válido Alicia, y cuyas repercusiones ella pensaba que serían inmensas, yacía en la necesidad no sólo de observar lo que estaba sucediendo en el interior de uno mismo sino de controlarlo. Dentro de unos pocos años, nadie reconocería el mundo del pensamiento y la investigación. El hombre interesado en el conocimiento está a punto de penetrar en el control de lo que nos pasa por dentro; en lugar de seguir observando para explicar lo que se ve, sólo se va a proseguir con dicha tarea con el ánimo específico de controlar y dominar. Claro, lo más lógico sería empezar por lo nunca aclarado: la soledad, la tristeza, el estrés o la discapacidad mental.

Nunca hemos sido demasiado conscientes de lo que nos pasa por dentro. Alicia recordaba bien la curiosidad que avivaba su ánimo cuando conoció en la calle al médico del Hospital Mayor que supo contestar a la pregunta que ya la mortificaba entonces: «Doutor, ¿o senhor pode me dar un remédio para solidao?» Había esculpido en su alma aquellas preguntas y respuestas interminables. Las conservaba intactas más de treinta años después.

—¿Es verdad que lo peor que te puede ocurrir es encontrarte solo? —le había preguntado una jovencísima pero ya inquieta Alicia.

—Por supuesto. Vamos a ver cómo te lo puedo explicar para que me entiendas… Ya empezamos a vislumbrar lo que ocurre: el contacto personal estimula verdaderas carretadas de neuronas que generan, reciben y transportan mensajes rapidísimos del sistema nervioso; se produce una coordinación incesante de contracciones musculares, visión, equilibrio, funciones orgánicas y demás interacciones de los sistemas corporales que permiten tomar una decisión tras otra. ¿Me sigues, Alicia?

—Sí, sí, doctor, no se preocupe, algo he leído.

—Pero, niña, si eres muy joven.

—Que sea joven no implica que no sienta curiosidad por lo que me rodea, ¿verdad?

—No, no, desde luego, me parece admirable. Mucho.

—Y dígame, doctor, ¿quién mueve los hilos de ese proceso?

—Bueno, puedo contestar a tu pregunta, pero como científico. Lo que nos importa a nosotros no es, como tú dices, quién mueve los hilos, sino por qué se mueven; y sólo pueden moverse si alguien les da la energía necesaria para hacerlo.

—¿Quién les da esa energía? —fue la pregunta inmediata de Alicia, sobre cuya respuesta había asentado toda su vida.

—El incremento de la actividad cerebral no puede hacerse sin consumir energía, pero lo que acabamos de ver, y no se ha enterado nadie todavía, es el mecanismo por el que se alimentan las neuronas en acción; resulta que disponen de suficiente energía no sólo para seguir funcionando, sino para que sigan operando el pensamiento y la memoria el resto del tiempo.

—Pero ¿de dónde sacan esa energía?…

—Durante años, los científicos habíamos creído que el cerebro, que es un gran consumidor de energía, la sacaba del azúcar de la sangre, hasta que nos dimos cuenta de que unas células de apoyo almacenaban reservas de carbohidratos, que son esenciales para todo el cerebro.

—¿Me quiere decir, doctor, que todas las neuronas saben dónde ir para obtener la energía necesaria?

—No. No es exactamente así. Es más fácil y más complicado a la vez. Cuando nos encontramos con neuronas que no tienen reservas de carbohidratos propias, resulta que las vecinas que sí las tienen ponen en marcha un mecanismo fisiológico de sustento asombroso: rompen sus reservas para que puedan utilizarlas las otras células.

—Es fascinante, doctor. Se diría que la vida está en todas partes.

Se trataba de la increíble solución adaptativa que ofrecía la propia biología. El organismo posee la capacidad intrínseca para compensar el gasto energético. Esto era particularmente verdad cuando se trataba de aquellas áreas cerebrales críticas para el ejercicio de la memoria y aprendizaje.

Ya adulta, Alicia se reencontró con el doctor y retomaron la conversación iniciada tantos años atrás.

—¿Crees que sería demasiado arriesgado pensar que esta especie de compensación automática de la propia biología es inherente a nuestro modo de ser?

—Es posible que en el futuro, las políticas de prevención puedan ser la respuesta al caos actual de las políticas sanitarias y educativas. Quizá nuestra sociedad goza de demasiados ejemplos de autocompensación, para los que la naturaleza había previsto sus propios medios. Si lo piensas bien, el avance sin precedentes que fue el paso de los organismos unicelulares a los multicelulares, el cambio biológico más importante de todos los ocurridos en la historia de la evolución, se hizo sin la ayuda de nadie.

—No me digas, pues, que prevenir no puede ser mejor que curar… —concluyó Alicia.

—Puede que sí. En todo caso, recuerdo mi sorpresa cuando en el intento de explicar el cambio de organismos unicelulares a organismos pluricelulares algunos científicos, incluidos ciertos premios Nobel como Crick, se pasaron años buscando los cambios que permitieron el paso de un organismo a otro.

Lo que ahora le acechaba era idéntico a lo ocurrido hace más de seiscientos millones de años. Los organismos complejos como el suyo habían accedido a la perfección y a la muerte. Y todavía no se habían repuesto de ello. Por primera vez, Alicia podía anticipar lo que estaba a punto de ocurrirle: su envejecimiento, ahora lo sabía, comenzó por la activación en el hipotálamo de un complejo proteico denominado NF-kB. Quién sabe por qué esa activación conduce a un declive metabólico y sistémico que puede llevar a la pérdida de las funciones hepáticas.

El sueño de Alicia
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