La importancia de soñar
A Alicia le había llamado particularmente la atención lo que estaba sugiriendo Luis: el tipo de actividad que desarrollaban las personas contaba menos que lo que pensaban. No importaba lo que hicieran, sino lo que estaban maquinando mentalmente.
Al contrario de lo que había sido el pan nuestro de cada día a lo largo de toda la historia de la evolución, resulta que lo que pensaba la gente, y no lo que hacía, explicaba sus niveles de felicidad. Obviamente se había subestimado hasta límites impensables el papel de la mente. Ganar o perder las guerras no era, necesariamente, lo que más feliz hacía a la gente; aprender a gestionar sus emociones era considerablemente más importante para garantizar los niveles de felicidad. ¿Cuánto se había gastado en armamento, sin embargo, comparado con lo que se había invertido en felicidad?
—La biología confirma ese predominio del conocimiento en relación con la capacidad operativa —proseguía Luis—. El descubrimiento más portentoso cuando se analiza la evolución del cerebro es el crecimiento extraordinario de los lóbulos frontales, la parte más moderna y evolucionada; en un animal inteligente como el perro representan un 7 por ciento del volumen total, mientras que en los humanos alcanza el 35 por ciento. La diferencia con los simios más evolucionados no la marca el tamaño de los lóbulos sino la cantidad de materia blanca o mielina, que acelera extraordinariamente la transmisión de datos.
»Caben pocas dudas hoy de que, como sugiere el psiquiatra Iain McGilchrist, del Bethlem Royal & Maudsley Hospital de Londres, los rasgos más definitorios del hombre moderno son su facultad para compartir la experiencia cotidiana con una visión global, desde más arriba; eso le permite planificar, pensar flexible e innovadoramente, controlar el mundo. Ha sido la evolución de los lóbulos frontales la que permitió adquirir esta distancia necesaria para estar por encima del mundo en que vivimos. Salir de la realidad para acceder al pensamiento.
Desde ese espacio al puro acto de soñar sólo hay un paso.