La soltería

Emitido el 28 de septiembre de 2005

Según un estudio publicado recientemente, en España hay siete millones de solteros(as), entre los cuales me incluyo. Me dice uno del equipo: «Hostia, pues quedamos». Le digo: «Los llamas tú».

De todas formas, esto de los estudios hay que cogerlo como la ropa interior de un soltero: con pinzas. Sí, porque la gente miente. Como la encuestadora esté buena, ya puedes ser Frodo… que te tragas el anillo de casado si es preciso.

Antes, ser soltero era como sospechoso. Llegada cierta edad, estabas en la comida de Navidad y una tía tuya decía con tonillo: «Qué raro, Andreuito no tiene novia». Y tú pensabas: «El raro es tu marido». Y tu madre te preguntaba: «Hijo, ¿no te gusta ninguna chica?». Y tras una pausa: «¿Y los Village People, te gustan?». O en las cenas, todo eran indirectas: «Andreu, me pasas el arroz, que a ti se te está pasando…».

Otra frase que los casados dicen mucho a los solteros es: «¡Qué chollo, tío! Tú entras y sales cuando quieres». Que piensas: «Pues sí, tengo llaves de mi casa». ¿Qué pasa? ¿Qué cuando te casas te las quitan?

No les voy a negar que ser soltero tiene sus inconvenientes. Hay veces que te pica la espalda y no vas a ir al vecino para que te rasque. Yo tengo todos los marcos de las puertas gastados de refregarme. A veces, parezco Chiqui Martí haciendo un número con la barra.

O algo tan simple como doblar las sábanas. ¿Han probado a hacerlo solos? Parece que estés enrollando un paracaídas.

Es imposible. Yo llegué a romper el ordenador para que viniera un técnico y me ayudara a doblarlas. Él las agarraba por la «banda ancha». Es que era un técnico de Telefónica.

Luego está el tema de la limpieza doméstica. Un clásico. Claro, tienes que limpiar la casa porque sola no se limpia. Deberían inventar la «casa autolimpiable»: llegan las siete de la tarde y tienes que salir a la calle a toda pastilla porque la casa se empieza a limpiar ella misma. Un día, me encontré tanta pelusa debajo del sofá… que creía que tenía perro. Se me cayó una cosa, miré y apareció una bola que hasta me pareció que respiraba. Bueno, le puse una correa y ahora la saco a pasear…

Aunque lo peor de ser soltero es que te lo recuerdan constantemente. Te vas a un restaurante a cenar solo y, cuando entras, el tío siempre te pregunta: «¿Cuántos son?». Y tú: «¿Es que no lo ves, que tengo la arruga de las pinzas en la camisa? ¡Uno, coño, uno!». Y es un problema. «¿Uno? Pueees… a ver dónde le pongo». Que ves un restaurante vacío, con mesas inmensas, pa’cuatro, pa’ siete, pa’ocho, pa’tres, pa’dos… Y tú allí, solo, con tu periódico, creando un conflicto. Y al final, el tío dice: «Se va a tener que sentar aquí». Al lado del WC.

Pero hay cosas que es mejor hacerlas solo. La segunda es ir al cine. Tienes los dos brazos del asiento para ti. No tienes que compartir. Aunque cuando sale el tráiler de Cineplex es muy triste no poder decirle a nadie: «¡A ver si lo cambian ya, que todavía salen las Torres Gemelas!». Y luego la gente te mira y piensa: «Pobre. No tiene con quién cantar el Mooooovirecord». Y si lo que vas a ver es una comedia, te ríes por lo bajini, pero no te descojonas. Sólo te descojonas cuando vas con otro.

Yo siempre he pensado que, en el fondo, la soltería es como una gamba: primero te comes la cabeza y al final… te la pelas.