La nieve
Emitido el 23 de febrero de 2005
¿Cuántas olas de frío llevamos? Yo ya he perdido la cuenta. A la que sales de una, te metes en otra… como Fran Rivera.
Aunque, todo tiene sus ventajas. Hasta este invierno, nadie sabía poner las cadenas. Ahora, las ponemos como en los boxes de la Fórmula 1: «¡Hay que poner las cadenas!». Y toda la familia sale del coche supercoordinada: «Atención, que la escudería Cuquejo ha parado a poner las cadenas». Y la abuela con ese mono de mecánico poniéndole las cadenas a las ruedas delanteras, el cuñado a las traseras… Los cuñados siempre detrás, y si puede ser en el maletero, mejor. «Avanza el coche, ras. Ata las cadenas, sasarrr. Y arranca». Y la abuela detrás corriendo: «¡Dejadme subir…!».
Después de tantos temporales de nieve, llegas a la conclusión de que, por más quitanieves que pongan, siempre se quedarán coches atrapados. Tendrían que recuperar lo del San Bernardo con barril de whisky colgando. Un traguito nunca viene mal. Y las quejas seguro que bajarían: «¿Es la Dirección General de Tráfico? ¿Les he dicho alguna vez que los quiero?». Y ellos reponden: «Sí, sí… nos llaman a cada momento para decírnoslo». «¡Guapa!». «Es que soy un tío». «Mejor». Cuando vas borracho no discriminas…
La nieve, en España, siempre es noticia. Pero si nieva en Madrid capital es un notición. Cae un poco de nieve en Madrid y es portada en todos los telediarios. «Es que la Guardia Civil ha detenido a Bin Laden». «Que no, que en la portada quiero el Windsor nevado y punto pelota». Y al día siguiente, en los periódicos, titulares con juegos de palabras, en plan: «De Madrid al Hielo». El Windsor nevado… A este paso, le van a caer las siete plagas bíblicas. Qué mala suerte la de este edificio. Nació gafado. Yo creo que, al verlo terminado, el arquitecto dijo: «No me gusta como ha quedado. Tiene algo que no sé…». Ya sólo le falta que venga una tormenta de langostas. Aunque la estructura aguantaría igual. Eso no es hormigón, es la hormiga madre y la padre juntas.
Por las calles de Madrid han echado seiscientas toneladas de sal. Seguro que hoy todos los cocidos han salido salados. Los garbanzos flotaban. Era un mar muerto de caldo. Ha nevado tanto que la Meseta ni se nota… Ha quedado todo al mismo nivel… Es como una gran pista de esquí. Y en la carretera de Burgos ya están poniendo un telesilla…
Por cierto, a mí lo de esquiar ni así. Yo quiero que me guste, pero no lo consigo. De entrada, ya tienes que ir a alquilar los esquís. Eso significa que también tienes que alquilar las botas. Cuando entras en la tienda no se puede ni respirar. Los trabajadores van con bombonas de oxígeno porque si no se mueren: (como Darth Vader). «Hhhh… ¿Qué pie calza?». «Un cuarenta y tres». Y las botas, que ya tienen vida propia, vienen solas. Pero si cuando te las pones, aún las notas calientes del cliente anterior. Se ve que los esquiadores aún no han descubierto el Peusek.
O el telearrastre, que no es lo que Humberto Janeiro hace… por mucho que se arrastre por las teles para sacarse cuatro duros. El telearrastre es aquel palo de hierro que te tienes que colocar en la entrepierna para que te estire y te lleve pista arriba. ¿A qué mente macabra se le ocurrió este sistema? El palo está congelado. Es como meterte un Calipo entre las piernas. Bueno, ya me entienden… Y encima te pega un tirón que ni el Vaquilla en sus mejores tiempos. Después está el típico amigo que te intenta enseñar: «Tienes que bajar en paralelo». Si yo siempre lo hago. Bajamos en paralelo, yo y mis gafas…
Una vez, me costó tanto coger el telearrastre que, cuando por fin conseguí subir a lo alto de la pista, ya estaban cerrando la estación. Llego y me dice un tío de ésos tan morenos: «¿Dónde vas?». «¿Qué dónde voy? Vengo del puto telearrastre para lanzarme por el telesilla a ver si me rompo la columna».
Y va él y me dice: «Pues está cerrado el telesilla». «¿Qué está cerrado el telesilla?». «Sí, sí. Venga, bajando». Me asomo y veo una pendiente impresionante y a todos mis amigos en la otra punta haciéndome gestos para que bajara. Yo les correspondí con un gesto que no quiero reproducir ahora, pero que es fácil de imaginar. Vamos, que mi mano se dirigió hacia una parte muy concreta de mi cuerpo. Entonces dije: «Bueno, pues voy a bajar a pie». Y el moreno: «No puedes bajar a pie».
Y yo: «¿Cómo que no puedo bajar a pie? Esto es una montaña. Está nevada, pero debajo hay tierra, listo». Y el tío: «Vaya gilipollas…». Pero yo bajé a pie. Tardé dos horas y se me pusieron los muslos que ni Roberto Carlos. Incluso pedí que me trajeran un balón para tirar una falta. Y mi novia: «El fin de semana que viene volvemos, ¿vale?». Fue nuestra última conversación.
El único momento que de verdad me gusta es cuando llevas todo el día sin ir al lavabo y te quedas solo en la pista. Te bajas aquellos pantalones, que al final de la tarde, de tantos talegazos, se te han subido hasta los sobacos. Vamos, que pareces Julián Muñoz. Pues eso, te quitas los pantalones y descargas a gusto encima de la nieve. ¿Y quién no ha hecho algún dibujito?: (torciendo la lengua). «Con un seis y un cuatro hago tu retrato». Y ya cuando estás aliviado, te das cuenta de que estás justo debajo de un telesilla. Y la gente aplaudiéndote: «¿Qué pasa, Van Gogh? Ya te cortaste una oreja. Ahora sólo te falta el rabo».
En fin, que nieve no es tan malo. Ya lo dicen: año de nieves, año de bienes. Seguro que, este año, a Madrid le dan los Juegos Olímpicos. Los de invierno, por lo menos.