Traumas infantiles

Emitido el 21 de septiembre de 2005

Según un estudio, uno de cada cuatro niños sufre o ha sufrido abusos y amenazas en el colegio.

El acoso escolar empieza con los motes. A mí, de pequeño, me llamaban «cuatro ojos»… Y me parecía una virtud, así que contestaba: «Muchas gracias». Pero no era el único. En mi clase había otro al que le llamaban el «sinatra». ¿Porque cantaba muy bien? No. Porque era un tío «sin-atta-tivo». Y luego estaba la «semáforo». Porque a partir de las doce no la respetaba nadie.

Los primeros traumas infantiles aparecen cuando descubres que tus personajes más queridos no son reales: el Ratón Mickey, el Ratoncito Pérez, Pamela Anderson… Aunque lo del Ratoncito Pérez fue un alivio. Un ratón que deja regalos a los niños en sus camas mientras duermen… Por mucho menos, ahora casi meten en la cárcel a estrellas del pop.

Reconozco que a mí lo del Ratoncito Pérez me gustaba. Yo le llegué a robar la dentadura postiza a mi abuela y cada día dejaba un diente debajo de la almohada. El Ratoncito Pérez pidió la baja por estrés laboral. Y mi abuela: «¡Cuñaaaaaaao…!».

Está claro que los principales responsables de nuestros traumas son los propios padres, con amenazas del tipo: «Si no te portas bien, vas al cuarto de las ratas». Que yo pensaba: «Tiene huevos. Yo durmiendo con mi hermano y las ratas tienen su propio cuarto».

Otro gran momento de trauma es el disfraz de carnaval. Tienes quince años y tu madre te sigue poniendo el disfraz de Orzowei que te compró cuando tenías nueve. Con ese taparrabos que ahora es un tanga de leopardo y las mallas de color carne… Que más que Orzowei pareces «Orzogay».

Uno de los peores traumas que recuerdo fue la desaparición de mi mascota: mi periquito Gaspar. Un día, al volver de vacaciones, ya no estaba en la jaula. Y mi padre me dijo: «Ahora, Gaspar está, en un lugar mejor». Y yo: «¿Dónde? ¿En Marina d’Or Ciudad de Vacaciones?».

Aunque los mayores traumas infantiles se generan siempre la Noche de Reyes. Ya la Cabalgata es el inicio: ves a dos reyes blancos seguidos de un concejal de Cultura pintado de negro. Y piensas: no me extraña que vayan en camello. Esto me huele a drogas. Y, claro, como los reyes eran concejales, se ve que no tenían presupuesto y nunca te traían lo que pedías. Tú pedías el Simón, el juego ese de los colorines y los sonidos, y te traían el «Raimon», que era en blanco y negro y en cutre.

En fin, yo creo que antes todo el mundo era feliz. Hasta que llegó Freud y dijo: «Los psicólogos ganamos muy poco. A partir de ahora, todo el mundo vais a tener traumas y para quitárselos hay que venir a la consulta. Mínimo, cien euros por sesión, como la depilación láser».