Las colas

Emitido el 7 de abril de 2005

Se calcula que más de cuatro millones de fieles han pasado por delante del féretro del Papa. Si el camarlengo ha tenido que darle el pésame a todos, debe de tener un antebrazo como el de Popeye. La gente, mientras hacía cola, ya le cantaba: (tono La barbacoa). «El ca-mar-lengo, el camarlengo…».

Algunos tardaron hasta veinte horas en llegar a la basílica. Como para que luego el segurata no te deje entrar: «Lo siento. El alzacuellos que lleva no está homologado». Se ve que el ejército tuvo que repartir prendas de abrigo y comida. La gente estaba tan apurada que veía un top manta y pasaba del top y compraba la manta. Es que, estos días, Roma es una locura. Si un tío se para en cualquier sitio a atarse el zapato, en un segundo se le aparecen 2000 fieles detrás, haciendo cola: «¿Es el último pal papa, no?».

Menos mal que el mundo de las colas se ha modernizado mucho. Ahora ponen esas cintas que te obligan a hacer un recorrido zigzagueante. Es un gran invento. Puede haber tranquilamente un millón de personas en un metro cuadrado. Sí, sí… Como en el Ucea un sábado por la tarde.

Yo, en las colas, donde me pongo más nervioso es en los aeropuertos. Tener que pasar por el arco detector me estresa. Pienso: ¿a ver si seré algo malo? De ahí que, antes de coger un avión, yo nunca coma lentejas, por si pita. Como tienen tanto hierro… No me gusta nada ver a la gente quitándose los collares, los anillos, el cinturón, los sostenes con varilla… Más que un aeropuerto, eso parece el inicio de una orgía. Y encima el arco sigue pitando. Un tío, ya cansado, cogió unos alicates y se arrancó todos los empastes: (como si no tuviera dientes). «A ver si tiene cojones de pitar ahora».

Una de la colas más feas que existen es la del pollo asado un domingo de verano. Los hombres, con el bañador y sin camiseta; las mujeres, con el pareo… Que se mezcla el olor del pollo con el after sun… Yo creo que por eso están así, bien cogidos a la barra: «A casa de ese guarro yo no voy, eh».

Ser el último de la cola, a mí me da mal rollo. Te sientes el más pringao. Todos entrarán antes que tú. Hasta que no se me pone uno detrás no me relajo. Bueno, depende del que se ponga detrás… Cuando por fin llega alguien, aprovechas para mirarlo con cara de superioridad: «Es que usted también… cómo apura, que lo deja todo para el final, hombre».

El problema de la cola es cuando te ves obligado a abandonarla por alguna emergencia. Para no perder el turno, tienes que dejar algo que te pertenezca. Normalmente, dejas a la pareja, pero no siempre vas acompañado. Yo, una vez, estuve haciendo cola detrás de un mechero. Sí, sí. El de delante me dijo: «Me voy un momento, dejo esto guardando el sitio». Y lo puso en el suelo. Y yo, que soy de buena fe, cuando avanzaba la cola, movía el mechero por el suelo. Parecía que estaba jugando a la petanca. Y el tío que no venía. Y yo moviendo el mechero. Dos horas así. Al final, hasta le hablaba: «Cómo quema el trabajo, ¿eh?». Y el mechero: «Sí, y eso que curro a medio gas». Y el tío que seguía sin venir. Cuando llegamos a la taquilla, me compré una entrada para mí y una para el mechero. Dice: «¿Para qué peli?». Digo: «Para El coloso en llamas». Y lo senté a mi lado, en una de esas sillitas para niños. Incluso le hice un cucurucho con un billete de metro y le puse tres palomitas dentro. Mira, le cogí cariño al mechero… Lo iba a traer, pero lo tengo haciendo cola para el concierto de Bruce Springsteen.